jueves, 29 de septiembre de 2011

Hasta luego, RUSIA

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Allá afuera, los palacios y el lujo de la ciudad imperial se duerme en sus gárgolas de bronce, para atrapar un poco más del turismo que no saben manejar. Aquí, la verdadera ciudad apura el paso.
Es la estación Terminal de autobuses que salen a diferentes destinos internacionales. No es nada, en realidad. Una pequeña plaza de mercado, con el sempiterno vendedor de flores, el que intenta rematar sus hortalizas o sus tejidos, o la infinidad de copias de discos y películas a muy buen precio. Y la alegría que me da un grupo de músicos mayores y talentosos, que ejecutan una retreta de música tradicional rusa que, no sólo reconozco, sino que acepto como disculpa en mi hora de salida.
En una esquina las marshrutkas (busetas que funcionan exacto a lo que nosotros conocemos) que cubren rutas interurbanas; al frente la estación de trenes, y a un costado, el espacio desde donde salen las unidades de Eurolines que van a los países bálticos y a Polonia.
En esa pequeña, descuidada, un poco sucia y muy alborotada plaza, los locales reciben y despiden sus visitantes. Nosotros, los turistas, nos despedimos pensando que hay otra ciudad dentro de esta y que debe ser muy difícil encontrarla
До тех пор все, что мы
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Para ir a PETERHOF

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Sería un error venirse de San Petersburgo y no haber conocido Peterhof; pero, no se trata de una visita turística “a lo loco”. Vale la pena hacer algunas previsiones para ello, como en todo.
1.- Hay muchas maneras de llegar allá, pero la mejor es hacerlo por lancha. Hay un servicio de Hydrofoils que van hasta Peterhof en 35 minutos y son buenísimos. Cuestan un poco más (algo así como 800 rublos ida y vuelta) pero ahorran toda la horrible experiencia del tráfico y las busetas rusas en las que nadie podrá ayudarle si se pierde, pues no hablaran ni su lengua, ni otra más “occidental”.
2.- Lleve algo de comer y agua, el parque es gigantesco, de modo que bien puede tomarle el día entero verlo todo y allí hay muy pocos lugares para comer algo y comprar agua y además, son CARISIMOS!!!!
3.- Lleve dinero suelto. Vamos a ver: Peterhof no es barato. Y no lo es, porque cada sitio al que se quiere entrar, excepto los jardines, tiene un precio distinto aparte y eso no lo dicen en la entrada ni en ninguna parte. Usted lo irá descubriendo con desconsuelo en cada puerta. En teoría se pagan 400 rublos por acceder a Peterhof, pero eso solo sirve para estar allí, recorrer los jardines y ver las fuentes. Cada sitio al que se quiere entrar cuesta por lo menos 200 rublos más.
4.- Lo crea o no, si el día amanece lluvioso, ese es el día que debe ir. Según parece, ir a Peterhof en un día soleado o fin de semana, es una locura de marca mayor, pues las fuentes sólo funcionan en primavera y verano, de modo que todo el mundo quiere verlas y las colas, el gentío y el desorden son increíblemente desoladores. Yo fui en un día muy frío y lluvioso, recorrí todo el parque bajo un paraguas y fue fantástico. Creo que en todo Peterhof no había ni 500 personas. Eso es un privilegio propio de días lluviosos.
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PETERHOF - Las fuentes, las fuentes!!!

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Está bien, se llega a Palacio, se entra y se recorre casi con vergüenza ante la opulencia sin límites y uno cree que ya, que las hermosas fuentes de la entrada y la cascada maravillosa que enmarca ambos lados de la escalera principal, lo es todo. Error: en Peterhof, hay 173 fuentes ornamentales y lo mejor que uno puede hacer es tratar de ver la mayor cantidad de ellas. No hay otra razón para estar en ese inmenso parque si no es para eso.
Empezando por la Gran Cascada: esa que recibe a los visitantes en su camino al Gran Palacio, formada por mas de 60 fuentes y 200 estatuas doradas en juegos de agua perfectamente armónicos, todo lo que sigue es una fuente tras otra, todas con su propio jardín, todas con su propio motivo y muchas con su propio palacio o cabaña, puestas en una extensión de terreno de miles de metros. Es una larga caminata, es verdad, pero vale muchísimo el esfuerzo; algunas de esas fuentes, como La Pirámide, Las Cascadas Doradas y las Fuentes Romanas son de una belleza sin igual.
Una de las cosas más interesantes que se descubre en este maremágnum de fuentes y jardines con vida propia, es que NINGUNA de esas fuentes está funcionando por sistemas de bombeo. Todos los chorros, los arcos de agua y las lagunas artificiales que le confieren tranquilidad y hermosura al conjunto, funcionan gracias a la presión creada por elevación natural y, toda el agua, proviene de manantiales situados justo detrás del Jardín Superior. Otro detalle más: ese sistema de construcción y funcionamiento de las fuentes fue ideado por el propio Pedro el Grande, en plena mitad del siglo XVIII.
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PETERHOF–Grand Palace

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No sabía bien para donde tenía que mirar primero. Se entra a Peterhof por un camino muy amplio desde el muelle (si llegas por lancha, que es la mejor forma) y poco a poco se empiezan a adivinar las fuentes que han convertido Peterhof en un lugar sin rival en el mundo. Pero, tras esas fuentes, se alza orgullosisimo el Gran Palacio, sus terrazas y sus jardines propios, para no mencionar un interior que hay que ver para creer.
Tomó 200 años terminar de construirlo, pues nunca fue suficientemente grande, ni suficientemente opulento para el gusto de Pedro El Grande o el de su hija y heredera Elizabeth, entre otros que lo habitaron. Esta última, por cierto, contrató a Bartolemeo Francesco Rastrelli para que rehiciera el interior y este decidió que no podía dejar ni un solo centímetro de pared sin adornos y se esmeró de tal modo, que la Escalera de Honor y el Gran Salón de Baile, podrían resultar escandalosamente empalagosos para quien prefiera la modestia.
Cientos de detalles hacen que el Gran Palacio sea una de esas cosas que se ven y no se pueden olvidar (lamentablemente, por cierto, no pueden hacerse fotografías en el interior, por lo que conviene confiar en la memoria) Pero hay uno que me deja sin aliento: Al lado del salón del trono, hay un salón de especial importancia para Catalina La Grande, quien lo hizo reconstruir para albergar 12 oleos de gran tamaño del pintor alemán Hackaert que representan batallas marítimas. Pues bien, como las pinturas eran hechas por encargo, la emperatriz sintió que, una de las doce no tenia suficiente fuerza en sus estallidos y representación de la guerra; entonces, ella decidió representar una batalla, con fragata volando por los aires incluida, para que el artista lo viera desde la orilla y recibiera las musas….nada, cosas de Catalina!
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PETERHOF

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Si una visita turística a Paris no estaría completa sin conocer Versailles, una a San Petersburgo tampoco lo está sin conocer Peterhof; uno de los dos palacios emblemáticos de la época de los zares (el otro es el Palacio de Catalina la Grande, al que no pude ir por la lluvia) y casa de recreo de Pedro, El Grande; el zar que no sabia hacer las cosas a medias.
Peterhof es un viaje. Uno con más de tres siglos de antigüedad hacia un tiempo de ambición ilimitada, poder absoluto y belleza opulenta. Fue construido para resolver, como la mayoría de los proyectos de Pedro El Grande, tanto su diversión como sus asuntos prácticos. Desde aquí, el zar podía tener control de su fortaleza naval y su capital, mientras lo usaba como punto de enlace en sus viajes por Europa.
Y claro, no había forma de hacerlo de manera un poco sencilla. Peterhof es magnifico. Es hermoso, es lujoso, es el adjetivo de los adjetivos. Es un parque enorme lleno de fuentes, jardines, cabañas, estatuas y palacios, claro está. El primero de ellos, llamado significativamente Monplaisir (mi placer) servía de refugio a Pedro, mientras se terminaba de construir el Gran Palacio y luego como cabaña para reuniones íntimas y retiros en soledad. Todo, en medio de frescos maravillosos, mosaicos, pinturas y los detalles de lujo exquisito que se repiten casi sin pausa en todo el complejo.
Es increíble. De verdad. Es una locura pensar que alguna gente vivía de semejante manera.
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miércoles, 28 de septiembre de 2011

El almuerzo que no fue, o la intransigencia

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Fue fácil llegar hasta Mohkovaya Ulisa y encontrar el extraño sitio al que me han enviado desde el hotel. Lo que no fue fácil fue permear la intransigencia Rusa y lograr que me sirvieran comida y cobraran su precio.
No entiendo nada. Básicamente, no entiendo que se nieguen a recibir un posible cliente, se nieguen a hacer un esfuerzo por entender y se nieguen a sentar en su mesa a alguien que no habla su lengua. No lo entiendo.
Llegué con exactitud a la hora que me habían sugerido en el hotel, entré al edificio, subí los dos pisos y allí estaba: un amplio salón, con varias mesas colectivas y algunas personas comiendo en silencio. Me senté, pasaron unos minutos y nadie venia, entonces me acerqué a lo que yo creía era una especie de mesa de servicio. Un señor muy poco amable, salió a mi encuentro. Intenté hablarle en inglés, el tipo me hizo un gesto como de desprecio. Me arriesgué una segunda vez y el gesto fue aun mayor, acompañado con palabras que no pude entender. Hablé una tercera vez, con gestos suficientemente claros que indicaban “ganas de comer”. El señor salió de su mesa, me sujetó por mi brazo izquierdo y me sacó del lugar. Así, como quien bota algo que no le sirve.
Me quedé estupefacto en el medio de un pasillo horrendo. Sentí que me caía encima la rabia de muchos días. Me regresé, me paré frente a él, lo miré y lo insulté. Lo puse verde a insultos en perfecto español. Le dije literalmente, “hasta del mal que tendrá que morir” sin levantar la voz, sin cambiar la sonrisa de mi cara y sin que el supiera lo que yo estaba diciendo. El tipo me escuchó, como quien escucha a un loco y en mi primer silencio, repitió el desagradable gesto de “largo de aquí”. Una última mentada de madre, que él debe haber interpretado como una despedida cordial y salí caminando. Entonces sentí el alivio de la venganza.
En aquella andanada de insultos, he dejado salir todos los días de incomodidad que me han hecho vivir esta gente tan odiosa.

Horas de lluvia y frío

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Me estoy dando cuenta que no me preparé suficientemente para enfrentar el clima de esta zona. No sé de donde saqué que en verano, todos los días serían igual de soleados y sabrosos. Además, está llegando septiembre, es lógico que el clima empiece a dar sorpresas.
Hoy ha amanecido lloviendo y frio. Ayer ya amenazaba con eso, hizo frio en la noche y estuvo bastante nublado, hasta hubo un poco de lluvia, pero bastante soportable. Lo de hoy es muy distinto. Aquí está lloviendo duro y parejo y además hace mucho frio. Eso me cambia los planes en mi penúltimo día de San Petersburgo. Había pensado ir a hacer algunas compras (ya saben, matroshkas, vodka y esas cosas) pero creo que el ambiente no está para ir de paseo. De todos modos, como estoy harto de perseguir chinos en los circuitos turísticos, me voy a almorzar a un lugar que me recomendaron en el hotel como auténticamente ruso y aprovecho para darme una vuelta más por otras zonas de la ciudad. La calle a la que tengo que ir es Mokhovaya Ulisa. Creo que no hay opción, un poco más de metro (es barato, menos mal) y menos caminar. He debido traerme una chaqueta ligera para la lluvia; por suerte el paraguas que compré en Londres está perfecto.
El frio está que pela…..(eso siento yo, ellos andan como si estuvieran en Guarenas)

Puentes que se levantan

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Hay un horario estricto para permanecer en cada lado de la ciudad y no correr el riesgo de no poder regresar al hotel. Ese horario está dado, en verano, por el momento en que, por las noches, levantan los puentes que enlazan las dos orillas del Rio Neva y convierten San Petersburgo en una ciudad interrumpida.
Es uno de los “highlights” de la ciudad: en algún momento después de la medianoche, los puentes sobre el Rio Neva empiezan a levantarse para dejar pasar navíos de gran calado que circulan por allí en estas épocas. Obviamente, los puentes iluminados y toda la parafernalia, es tan vistosa como un espectáculo de fuegos artificiales.
El Puente se empieza a levantar desde los extremos hasta abrirse por mitad, en dos porciones perfectamente simétricas que dejan libre el paso por el río, mientras cierran el paso por las calles de la ciudad. Con ellos, se levantan los sistemas de iluminación, las guirnaldas de adornos y las barandas decoradas que están allí desde hace mucho tiempo, en constante movimiento.
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Galeria

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A medida que cae la tarde, el clima amenaza con echarse a perder. La temperatura ha bajado considerablemente (necesito abrigarme) y hay nubarrones que presagian lluvia y más nada. Entro a un sitio a comerme unos ricos blinis con pollo, e intento hacer un itinerario que me ponga a salvo de la lluvia, cuando descubro, saliendo del metro, un sector de Nevskiy que aun no me he atrevido a explorar. Camino en esa dirección y de pronto, un enorme edificio, flanqueado por dos columnas gigantescas con forma de mujer, sale a mi encuentro. En el medio de las dos mujeres/columnas, un nombre, GALLERIA y debajo un pequeño pasadizo.
Parece que en cualquier parte del mundo, algún centro comercial ha de llamarse GALLERIA. El pequeño pasadizo está haciendo las veces de entrada, mientras reconstruyen algo, o ponen una nueva entrada. Decido en un instante que me dejo llevar por la gente y cuando reparo en ello, estoy dentro de un modernísimo centro comercial de cuatro pisos, tiendas y más tiendas y un gentío caminando de un lado a otro. Me siento en una versión rusa de Starbucks llamada Costa, a disfrutar el hallazgo y simplemente me divierto como enano. Todos los centros comerciales del mundo son la misma cosa; toda la gente, en un centro comercial del mundo, hace lo mismo.
Es tiempo de contemplar la humanidad.
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El Metro

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Todos hemos visto fotografías del metro de Moscú. Todos sabemos lo bello y bien montado que es. Todos hemos hablado alguna vez de “los metros en Rusia”. Pues bien, habiendo conocido varios metros del mundo, puedo decir que el de San Petersburgo es uno de los lugares extraordinarios de la ciudad.
No llega a tener la belleza del metro de Moscú (que no he visto personalmente) pero debe estar muy cerca. Cada estación del metro, en esta ciudad, es una pequeña obra de arte que si no se supiera bien a donde se está, se podría confundir con un sitio histórico o un palacio.
Desde que se entra y se comienza a ver las lámparas, las molduras, los adornos de los techos, las obras de arte de las paredes, los relieves y otros detalles arquitectónicos, se entiende por qué, el metro estuvo considerado por mucho tiempo como palacios del pueblo.
Una de las cosas más curiosas es que las estaciones están a mucha profundidad. Puede bajarse a pie, no hay problema; pero, haciéndolo por escalera mecánica a velocidad normal, conté 6 minutos de trayecto hasta el fondo.
Además funciona sin errores. En cada estación de transferencia hay información escrita en Cirílico y en Latino y por un sistema de colores, es muy sencillo guiarse. Todas las estaciones tienen su nombre escrito en Cirílico y, no en todas, este nombre también aparece en Latino. Lo bueno es que a estas alturas ya aprendí a interpretar el cirílico y ya no me preocupa leer los nombres de las avenidas o estaciones.
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Trifulca en suelo sagrado

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Tal vez sea una deformación profesional, derivada de los años del teatro, o que me tomé en serio el deseo nunca realizado de mi abuela de verme ordenado sacerdote, o probablemente tenga algún fetichismo no resuelto, que me produce alborotos testosteronicos entre el olor de la cera caliente y lo rancio de las sotanas. No lo sé. Nunca lo he sentido conscientemente, pero algo tiene que haber.  A mi me encanta hurgar entre los depósitos y las sacristías de las iglesias. Apenas veo la puerta abierta del “cuartito de atrás” de una iglesia, en cualquier parte, e intento entrar a ver que me consigo; por cierto, jamás he conseguido o descubierto nada pecaminoso.
Eso fue lo que intenté hacer en la Iglesia de la Santísima Trinidad del Monasterio de Alexander Nevskiy y en el edificio contiguo, y lo que me gané fue un buen par de gritos de una señora muy disgustada, porque además intenté hacerle una foto (aquí el grosero fui yo, ella ha debido pegarme una cachetada) y un cura, representación viva de lo que sabemos es la iglesia ortodoxa, tratando de perseguir a alguien que era yo, pero no era yo. Me había puesto a salvo antes de su aparición y, cámara en mano, pretendía admirar la iglesia, mientras se calmaba el revuelo y yo rezaba a los santos para que nadie me señalara con el dedo. Lo único que nunca se me ocurrió fue salir corriendo, miré la escena divertido y escuché los gritos que nunca entendí. Pero, nadie se dirigió a mí, ni intentó echarme mano; eso me convenció que mi pecadillo de curiosidad quedó a salvo.
Lo que lamenté fue no haber descubierto el motivo de la trifulca, no vi nada raro en la sacristía y nunca habría tratado de profanar el convento de las mujeres. Estos rusos si son dramáticos!!
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San Alexander Nevsky

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Según parece, el monasterio de Alexander Nevsky fue fundado en 1710 por Pedro, El Grande, al final de la avenida Nevskiy como sitio para sepultar los restos de San Alexander Nevsky, el patrono de San Petersburgo y uno de los grandes santos de la iglesia ortodoxa, canonizado en 1547, después de una vida dedicada a la defensa y protección de los primeros pueblos que formaron Rusia.
El complejo de edificios, al que se puede acceder de manera gratuita, es mucho menos lujoso y ordenado de lo que cabría esperar; pero, tiene mucho de sitio sagrado y eso se siente. Se llega desde una cercana estación de metro, (Ploschad Alexandra Nevskogo) pues está bastante alejado del centro y es casi imposible caminar hasta allá. Es una visita interesante, que debería hacerse si se quiere escapar del turismo, entrar en contacto con rusos de verdad (peor de antipáticos que los de afuera) y caminar un rato por uno de los parques más acogedores de la ciudad, que está al lado del monasterio y es un paso de camino a otras partes de San Petersburgo.
Al cruzar el muro, lo primero que se encuentra es un viejo cementerio donde, entre otros, están enterrados Peter Ilich Tchaikovski y Fedor Dostoyevski; si le interesa mucho este asunto, prepárese para imaginar cosas, las tumbas de los famosos están marcadas en Ruso y nadie allí está dispuesto a que se descubran en otro idioma. Más allá, lo que parece ser la residencia de los curas, algunos otros edificios, (de uno de ellos me corrieron a gritos, creo que ese es el convento de las mujeres), otro cementerio un poco más público, un par de pequeñas iglesias barrocas diseñadas por Trezzini padre e hijo y construidas entre 1717-22 y 1742-50 respectivamente, y una Catedral de estilo neoclásico, construida entre los años 1778 y 1790 por Iván Starov, consagrada a la Santísima Trinidad. Rodeándolo todo, mucho verdor, mucho árbol y mucho espacio para caminar.
(Un consejito: salga del monasterio y no se meta de inmediato en el metro, camine un poco alejándose del monasterio en dirección norte por Nevskiy Prospect; es delicioso descubrir toda la rudeza y antipatía de los rusos en su propia salsa, ese es un vecindario bastante auténtico y aunque ellos no se meten con uno si uno no los molesta, es bien divertido estar entre ellos, como si el extraterrestre fuera uno)
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