domingo, 29 de septiembre de 2013

Margarita, ¿es una lágrima?



 
 
Estoy, una vez mas y a Dios gracias, en el aeropuerto de Maiquetía (Caracas) esperando el avión que me llevará a mis vacaciones de este año, que serán locales por múltiples motivos,  entre los que menciono obligadamente la maltrecha economía de los venezolanos,  aunque estoy seguro que igual de divertidas. Mi destino: La Isla de Margarita, en el Caribe venezolano. Uno de los pocos paraísos que todavía nos quedan y que según creo, estará mucho mas paradisiaco en esta época del año: la temporada “oficial” del turismo masivo está a punto de decretarse terminada. 
Destino favorito y obligado de tirios y troyanos, Margarita, como solemos llamarla, tiene una fascinación especial para nosotros y tiene, además, particularidades muy especiales. La primera es que, por alguna razón que desconozco, los venezolanos la llamamos “Isla de Margarita” anteponiendo la conjunción “de” a su nombre, cuando todo el mundo (exterior) la llama Isla Margarita (valga una revelación adicional: los venezolanos orientales, vecinos de la isla en tierra firme, la llaman “La ‘isla” pronunciado como si fuera una sola palabra, acentuada en la i y con un sonsonete propio de ellos que es imposible contar, pero suena como a cancioncita apurada) También la sentimos más de nosotros que nuestra propia ciudad, la cuidamos y solemos expresarnos de ella en los mejores términos posibles. La hemos “sifrinizado” bastante, convirtiéndola en destino relativamente elitista no asequible a todo bolsillo - lo cual está muy bien por cierto - y se incluye en planes de vacaciones, aunque esos planes tengan como destino primario Miami, New York, Madrid o Londres. Antes o después, nosotros, vamos a Margarita. Lógicamente si el dinero o las circunstancias que sean no alcanzan para atravesar fronteras, Margarita es el propio sitio al que tenemos que ir, aunque no es un destino barato, si queremos disfrutarla a todo meter sin el asedio de turistas poco amigables y/o peligros propios de la época que vivimos.
En fin, que “la perla del Caribe” (la nuestra, que por ahí como que hay otras) me espera a poco menos de una hora de vuelo, el aeropuerto esta a reventar, hasta donde sé el vuelo está a tiempo – relativamente – y el hambre apremia. Boarding Pass en mano me dedico a buscar un chiringuito aeroportuario (carísimos todos, por cierto) para que una bala fría me calme el estomago antes que Margarita me premie con un buen pedazo de pescado frito. Empiezan pues las vacaciones 2013 que, aunque sean para La Isla o tal vez por eso,  merecen un espacio en estas libretas, hoy atravesadas por el dilema enorme de calibrar si los nuevos tiempos harán que sea  necesario hablar de Caracas, la capital incomprensible en la que he pasado, por diligencias varias, una semana antes de irme a disfrutar de la lagrima que un querubín derramó y, sin duda alguna, se convirtió en perla; valiosísima, de paso sea dicho.

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