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jueves, 10 de septiembre de 2009

Maravilla de maravillas




Es una lastima que Alejandría sea una ciudad sucia y deteriorada, es cierto. Pero algunas veces es necesario aprender a mirar un poco más allá de eso, respirar hondo y no tomarse a la ligera la visita a ciertos lugares, como a la Biblioteca de Alejandría, por ejemplo.
Convertida hoy día en un modernísimo edificio, cuyas fachadas exteriores recuerdan vagamente el caparazón de un animal prehistórico y sus espacios interiores, una estantería interminable, la biblioteca es sencillamente el lugar perfecto para guardar los tesoros más valiosos de la historia escrita de la humanidad.
Fue una de las 7 maravillas del mundo antiguo y debería ser, sin duda, una de las maravillas del mundo moderno. No es para menos: un lugar con un despliegue de tecnicismos y una acertadísima distribución de espacios habitables, que al mismo tiempo brinda la serenidad y calidez necesarias en un lugar de estudio; es, para decirlo rápido, un lugar sencillamente asombroso.
Una de las cosas que me deslumbra es el increíble sistema de iluminación: No hay una sola luz que rebote directamente en alguna superficie, pero tampoco hay el más pequeño espacio para la penumbra. Todo lo demás es lo que tiene que ser: Austeros estantes de pino y acero donde hay libros, libros y más libros.
En salas que hoy están cerradas se guarda el secreto de su grandeza: Lo que no se ve, los más antiguos incunables alguna vez publicados. Lamento mucho no haber podido verlos.
Salgo de allí con la misma sensación que tuve en mi primera visita a San Pedro, pero es mucho lugar común decir que la Biblioteca de Alejandría es un templo.

Vida en cada rincon













Para llegar a ciertos lugares emblemáticos de la antigua cultura egipcia, se hace necesario entrar al centro mismo de Alejandría y transitar por lugares que bajo otras circunstancias serian al menos, motivos para el temor. No entiendo porque, lo que sentimos es la tranquilidad de estar entre ciudadanos de un lugar vivo como pocos otros. Una de las cosas que despierta toda mi admiración es que a pesar de ser una ciudad turística y famosa, Alejandría es por encima de todo una ciudad viva, en la que a cada paso encuentras tantas pruebas de vida, que posiblemente no da tiempo de mirar todo lo que uno jamás querría perderse.
Comerciantes de los famosos textiles egipcios, hombres de todas las edades sentados en arruinadas cafeterías disfrutando el famoso te de hibiscos propio de la ciudad, mujeres completamente tapadas por el chador caminando en grupo con pesadas bolsas de mercado, niños jugando en las calles, edificios cuyas fachadas lucen algún deterioro pero conservan dignidad y belleza, ropa colgada en los balcones, jóvenes negociando rápidos asuntos de negocios; gente, gente, gente que camina con la prisa de quien hace siglos se acostumbró a vivir entre las mismas ruinas que a nosotros nos tienen deslumbrados.
Creo que no olvidaré mi visita a Alejandría fácilmente. Es una ciudad que se queda para siempre en los ojos de quien la visita, y en el corazón de quien espera descubrir los secretos que se esconden tras las raídas celosías y las paredes escarapeladas que miran al mar.

ALEJANDRIA, esplendor con cicatrices





Una vez más, negociamos un completo recorrido por la ciudad con un taxista que nos exige 100 euros por el viaje de un día; dividido entre cuatro, es precio de ganga. Nos vamos un viejo auto en buen estado, manejado por un nativo que intenta, a toda costa, obtener beneficios económicos extras, trampa en la que no caemos.
Tomamos la avenida que sale del puerto y empieza el descubrimiento de una ciudad absolutamente fabulosa, en su peor vestidura.
Las primeras opiniones están muy divididas: Todos pensamos que la ciudad es muy sucia y caótica, pero Rayita y yo encontramos una hermosura abrumadora en estos edificios deteriorados, estas calles congestionadas y este malecón que bordea buena parte de la ciudad y que hoy viernes efervece de actividad.
La ciudad es una muestra de lo que fue, y lo que fue, es lo que vamos descubriendo a medida que avanzamos entre callejuelas sucias y desordenadas, repletas de hombres que visten largas batas de algodón y mujeres tapadas con la preceptiva Burka. El canto de los almuédanos retumba con fuerza por todos los rincones, mientras visitamos catacumbas, restos de ciudades con siglos de antigüedad, fortalezas medievales y en todas las esquinas, un reguero de alfombras bajo toldos verdes o bajo el inclemente sol del mediodía que acoge el rezo fervoroso de los hombres de la ciudad una vez que las incontables mezquitas agotan sus espacios.
Tenemos la sensación de haber penetrado los muros de una antigua mansión que conoció tiempos mejores, pero insiste en mostrarse, desprovista de todo pudor. Se acerca el momento de entrar a la Biblioteca, creo que el corazón se me sale por la boca.

EGIPTO, un pie más allá de lo esperado.







El puerto al que llegamos hoy revela, entre otras cosas, que este viaje nos ha llevado a cuatro continentes: América, Asia, Europa y África. Nada mal si pensamos en la cortedad del tiempo transcurrido y las emociones que hemos vivido.
Son las 6 y 30 de la mañana y estamos llegando a Egipto. Tenemos la opción de ir al Cairo y ver las pirámides pero la desechamos por problemas de “logística”. Nos ofrecen llevarnos en un autobús (que tarda 3 horas y media para ir y 3 horas y media para volver), pararnos frente a las pirámides, darnos tiempo para fotografías y regresar al barco sin poder entrar a las pirámides ni hacer más nada. Como todos opinamos en contra de esa opción disparatada, nos apeamos en Alejandría, ciudad que según todas las opiniones es como para verla aunque sea una vez en la vida.
Yo estoy feliz con la decisión, tengo enorme interés en la Biblioteca de Alejandría, pero de la ciudad se muy poco.