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sábado, 17 de septiembre de 2011

KUMU

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El día, último de mis días en Tallin, está llegando a su final. Son casi las 6 y 30 de la tarde cuando llego al moderno edificio sede de KUMU (Kunstimuuseum) o Museo de Arte de Estonia. Un edifico que realmente “quita el hipo” y que alberga una colección bastante irregular de arte estonio y una, muy buena, de arte moderno e instalaciones temporales.
Que las colecciones no sean la maravilla y que el museo funcione o no, como debe, me deja sin cuidado. Sólo con la oportunidad de revisar esta joya arquitectónica me doy por bien pagado. Es una suerte que los horarios de verano sean tan elásticos y el museo, hoy, permanezca abierto hasta las 9 de la noche. Sobre todo porque al querer entrar, me encuentro con que las taquillas están cerradas, el museo está abierto y podré recorrerlo sin pagar.
Son siete pisos, cada uno con un tema, dentro de una estructura en forma de medio circulo hecho en vidrio, acero y cemento, dentro del verde intenso del parque de Kadriorg. Los pisos se conectan entre sí por largos pasillos circulares y adentro la austeridad de las formas es lo que parece imperar. El edificio está de tal modo integrado al terreno, que este domina por completo la estructura y la revela, cual si se tratara de cosas que han ido creciendo en el parque por puro azar. Realmente, esta es una de las cosas más hermosas de Tallin, una ciudad que ofrece mucho que ver, mucho que hacer y mucho que vivir.
Casi a las 9 de la noche, estoy de regreso a Vanalinn, para tomar un trago con los nuevos amigos que he hecho en la posada y despedirme. Mañana, muy temprano salgo para San Petersburgo, el destino inicial de este viaje.

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Catherinetal, un palacio inesperado

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Por suerte, no tuve que ir muy lejos. Apenas alcanzo de nuevo la avenida, me siento en un café muy grato y me como una sopa buenísima de hongos, y unas brochetas de pollo muy sabrosas. Resuelto el asunto almuerzo, regreso a Kadriorg para dos de las visitas que completarán mis horas de Tallin.
La primera es el Palacio de Verano que Pedro el Grande mando construir para su esposa Catalina, allí en los predios de Kadriorg (Kadriorg significa Tierra de Catalina). El nombre “oficial” del Palacio es Catherinetal, o Valle de Catalina, y fue concebido como la residencia de Catalina I para sus veranos frente al mar. Lamentablemente, sirvió poco a sus propósitos iniciales pues Pedro El Grande murió antes de que el Palacio estuviera listo para ser habitado y ella perdió todo interés en él. Fue casi completamente abandonado por la realeza rusa en los siglos XVIII y XIX, hasta que, alrededor de 1930, el primer presidente de Estonia quiso convertirlo en su residencia oficial y emprendió una costosa y exhaustiva restauración que no llegó a nada, pues ante las críticas que recibió el proyecto, fue nuevamente abandonado en sus propósitos, y convertido en Sede del Museo de Arte de Estonia. Un nuevo palacio presidencial se construyó un poco más abajo (puede verse dentro del parque) y finalmente, el hermoso parque, los jardines y la fantástica mansión que pudieron haber servido de “hogar” a la mujer pobre y de origen desconocido que se casó con Pedro I y se convirtió en Emperatriz Catalina I de todas las Rusias; tuvo un destino feliz: Albergar la colección de arte extranjero del Museo de Bellas Artes de Estonia.

Kadriorg, el barrio elegante

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En el autobús de regreso, decido bajarme un par de paradas antes de lo que me corresponde y caminar por la ciudad a ver qué encuentro. Salgo de la avenida buscando calles menos congestionadas y me encuentro con un barrio que andaba con ganas de conocer: Kadriorg, una de las zonas más elegantes de la ciudad y lugar donde se encuentra el Palacio Presidencial.
La urbanización, que después descubro era el lugar preferido de veraneo de los rusos ricos en tiempos de la ocupación, está bastante protegido de la curiosidad por jardines que más bien parecen bosques; pero aquí y allá puede verse todavía el rico estilo de vida de los rusos adinerados. Algunas casas completamente abandonadas son sólo ruinas, pero otras, las que han sido restauradas y vueltas a habitar (en muchos casos por embajadas y residencias oficiales de dignatarios del gobierno local) son muy llamativas, básicamente por ser mansiones de madera con portales y bases de piedra que, o se conservan en excelente estado, (lo que no deja de ser una proeza) o han sido reconstruidas con fidelidad asombrosa. Es un paseo gratísimo, pero persiste y aumenta el deseo de almorzar. Necesito salir de esta zona, donde no hay ni una bodeguita para resolver ese tema.

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Ruinas del Convento de Santa Brígida

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No tuve que ir demasiado lejos, Santa Brígida está al frente de mi parada de bus y ya le había visto, sin reparar mucho en eso, al bajarme camino a la playa: Una pared de forma triangular que se ve desde la carretera, sin saberse de verdad que es.
Pertenece a la fachada de 35 metros que queda de las ruinas del convento de Santa Brígida. Se conservan también paredes, sótanos, escaleras y un cementerio rural del siglo XVII. Es un convento que data de 1407 y que funcionó como tal hasta mediados del siglo XVI, aunque en esos predios aun funciona un monasterio, el nuevo, que es un precioso edificio moderno, ganador de varios premios de arquitectura, al que no tengo la suerte de poder entrar.
Las ruinas, sin embargo, se recorren con libertad plena a un precio de 2 euros. Sólo, sin la compañía de turistas, recorro cuidadosamente lo que fue ese famoso claustro. La parte mejor conservada es la fachada, cuyo tope triangular intacto se sostiene sin ayuda de paredes y está en pleno proceso de rescate, y algunas otras de las habitaciones del convento, bastante ruinosas en verdad; pero de gran interés.
Así entre una cosa y otra llega la hora del almuerzo, que había pensado hacer en Pirita, pero que sufre cambio de planes. Me voy a la ciudad nueva a buscar algún restaurante bueno, bonito y barato.

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Pirita, la playa

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Apenas me doy cuenta que me quedan pocas horas en Tallin, horas que necesito aprovechar para que Tallin sea una parada completamente feliz en este largo itinerario. Hoy me levanto temprano, tuve la dicha de una buena noche de sueño reparador y estoy listo para abandonar las seguras murallas de Vanalinn y esculcar la ciudad moderna y un poco anodina que vi al llegar. Tengo mucho interés en ver que es lo que sucede fuera de aquí. Empiezo por caminar hasta una estación de autobuses que está al frente de Viru, donde se toman autobuses municipales a todos los destinos de la ciudad. Voy a Pirita, la playa de Tallin y lo hago en compañía de un grupo de ingleses muy jóvenes y simpáticos con quienes comparto posada. Se han anotado en el plan gracias a una conversación casual que tuvimos ayer y me parece excelente idea.
Pagamos 1 euro cada uno por el boleto de ida y vuelta, esperamos unos 10 minutos por el autobús número 31 que va justo hasta ese pueblo y nos encaminamos hacia la playa, agradecidos por el día excelente que apenas comienza.
Desde la parada del autobús, caminamos un pequeño trecho hasta alcanzar la orilla de arena grisosa que bordea el mar. Yo, con mucha tristeza, me doy cuenta que definitivamente, en materia de playas, nosotros los caribeños somos difíciles de impresionar. Los ingleses opinan que la playa, a pesar de sus bemoles It´s OK. Para mí, Pirita es más bien, una decepción. Una larga costa de arena muy suave y casi blanca que empieza donde termina un espeso bosque de pinos y una playa que es como un plato, hasta ahí todo bien. Pero, la playa es gris, muy sucia de algas y el agua es helada, aunque afuera hay casi 30 grados de calor y para colmo de males, acaba de nublarse el cielo. Se ocultó el sol. Caminamos un buen rato tratando de llegar a algún punto de esa orilla donde apetezca bañarse, hasta que finalmente los ingleses arman campamento en un recodo simpático y entran fascinados al mar. Yo, incapaz de meterme en esa playa tan sucia y aburrida, me acuesto en la arena por un rato, me mojo los pies, como por no dejar de sentir un nuevo mar, y pasadas unas dos horas, me despido de mis amigos y decido salir de allí en búsqueda de las Ruinas del Convento de Santa Brígida. No me siento rompe-grupo. Con anterioridad habíamos acordado que los dejaría allí, pues yo seguía en mi Turistic Obsession

viernes, 16 de septiembre de 2011

La Plaza de la Libertad

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Es el atardecer de mi segundo día en Tallin y, en mi intento por salir de la ciudad vieja y empezar a descubrir lo que hay tras las murallas que encierran al turista, me encuentro con el símbolo nacional de Estonia: Vabaduse Valjak, La plaza con la que se conmemora el nacimiento de la nueva ciudad, la ciudad libre del asedio de soviéticos y aliados, que sobrevivió a una guerra y obtuvo su independencia en 1920.
En Estonia el recuerdo de la dominación soviética es tan doloroso, que algunas personas con quienes hablo, no tienen problema en admitir que allí, los rusos no gozan de mucha popularidad. Por eso, se me antoja indispensable la existencia de este símbolo; una enorme plaza de 7775 m² que les recuerde día a día aquello por lo que lucharon.
Está en un extremo de la ciudad vieja, y desde ella se accede a la ciudad nueva. A un costado tiene la iglesia de San Juan (1862), al otro una moderna avenida y en el centro la gran Columna de la Victoria, una gigantesca cruz hecha con bloques de vidrio, levantada en 2009 como símbolo de la guerra de Independencia.
Todo lo demás es, apropiadamente, un espacio libre para los estonios.

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Niguliste Museum

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Niguliste fue mi sombra durante los días de Tallin. Mi hotel quedaba justo al frente de una de sus puertas laterales y desde el primer momento me pareció un sitio propio para una película de misterio.
Dedicada a San Nicolás, el patrono de los hombres del mar, Niguliste es una iglesia que data del año 1275, aunque reconstruida en varias oportunidades debido a diversas calamidades. La que hoy se conoce y funciona como museo y sala de conciertos, fue terminada en 1420 y gravemente dañada por los bombardeos soviéticos a Tallin durante la II guerra mundial. Es muy curioso que no tiene una entrada principal abierta  y que se acceda por una discreta puertecita lateral difícil de adivinar. Cuando finalmente descubrí la puerta y logré entrar, tuve una de las grandes emociones del viaje: Comenzaba un concierto de órgano. Cerca de 60 o 70 personas, en silencio reverencial, escuchaban la estupenda interpretación de una música que parecía brotar de la nada y resonaba hermosa entre las paredes de piedra y la austeridad propia de los altares medievales. A gran altura, el órgano de la iglesia daba razón del prodigio musical y aunque nunca pudimos verle la cara al ejecutante, lo ovacionamos en un final que se diluyó en visitantes que salen apresurados del templo y otros que nos dedicamos, entusiasmados por la sorpresa, a disfrutar cada pedazo de historia presente entre las paredes de cal gruesa de Niguliste, la Iglesia de San Nicolás.

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Sorpresa en el teatro

Las mejores cosas que tiene viajar sin mayores expectativas, son precisamente las que suceden de sorpresa y alivian el espíritu. Caminando por una de las calles del centro, me encontré con la sede del Teatro Municipal de Tallin, una sencilla casa cuya única identificación son dos banderas que anuncian el nombre.
Entré discretamente, pues en los bajos funciona un bar. Como pude, empecé a investigar el edificio (muy amplio y cómodo por dentro) Pues bien, en el segundo piso, la compañía ensayaba con toda seriedad (y creo que con gran talento) una obra que no llegué a reconocer. Pude quedarme viendo el ensayo como por 20 minutos y no me atreví a hacer fotografías, pero lo disfruté enormemente. En algún momento notaron que mi presencia perturbaba el ensayo y me pidieron, con toda amabilidad, retirarme. Lo hice de inmediato, pero me traje el recuerdo de un grupo de actores entregados al trabajo y eso siempre me parece de buen augurio.

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El centro del centro

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Todas las calles de Vanalinn (El nombre Estonio del casco antiguo) conducen a la plaza del ayuntamiento o Raekoja Platz; especie de centro máximo de reunión donde se confunden turistas y nativos alrededor de restaurantes montados en lo que fueron los edificios públicos importantes del pueblo. Conserva casi intactas las características de “plaza mayor” de una auténtica ciudad medieval y, seguramente, se origina en el mercado medieval que allí existió alrededor de los siglos XIV y XV. Actualmente, en verano, cada miércoles funciona un mercadillo de artesanías donde se consiguen buenos tejidos, linos y joyería a precios muy decentes y en invierno, se arma un famoso árbol de navidad, considerado uno de los mejores de Europa.
Creo que ya lo he dicho, pero es imposible no repetirlo: lo más notable de la plaza, además claro está, de su ambiente permanentemente festivo, es el ayuntamiento, con su torre de 64 metros de altura que remata desde 1530 en una veleta que representa a un viejo guerrero que se ha convertido en el símbolo de la ciudad, el Vana Toomas y sus dos gárgolas de dragón que datan del siglo XVII.
En los bajos del ayuntamiento, casi en la esquina que da al lado amplio de la plaza hay un restaurante muy famoso, por servir una sopa de alce, (Si, ALCE, esa especie de venado que nosotros casi no conocemos y que siempre aparece en películas de Disney haciendo algo, el de los cachos) realmente rica, que cuesta solo UN EURO el plato. Les juro que no hay truco: usted entra, le sirven la sopa (que en realidad es un caldo muy caliente con verduras, que sabe a caldo de carne y es un poco grasoso) y si no pide más nada, paga UN EURO. Punto.
En la esquina opuesta, funciona lo que se cree es la primera farmacia de la que se tiene noticia en este lado del mundo. Aun funciona como farmacia, aunque tiene mucho de museo, pero no pude verla en detalle, estaba cerrada por vacaciones de verano.
Todo lo demás es exactamente lo que todos pensamos: una trampa para que los visitantes gasten su plata; pero es una trampa tan bonita, tan grata y tan divertida que se cae en ella una y mil veces, a plenitud de conciencia o como sea.


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Símbolos del poder

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Aunque el resto de la ciudad es bastante plana, Old Town parece estar al pie de una colina y subir con ella hasta el tope, sin que el caminante se de mucha cuenta. Se nota solamente porque algunas de las calles son escaleras y porque en algún momento se siente que estamos a cierta altura. Es Toompea Hill, o Colina de Toompea, la zona privilegiada de Vanalinn, (Old Town en Estonio) separado del resto por un juego casi imperceptible de puertas y pasadizos que separan, sin hacer bulla, dos porciones de ciudad.
Esta, la mejor sin duda, sirve de asiento a los símbolos del poder: ministerios, el parlamento y las oficinas de la Presidencia de la Republica ocupan algunos palacios, más o menos vistosos: el parlamento, que está al frente de la catedral de Alexander Nevsky en un palacete rosado de fachada barroca, conocido como Castillo de Toompea, que además tiene un fabuloso jardín público y la sede del gobierno nacional, un impresionante palacio blanco con una gran columnata en la fachada, construido sobre la piedra de la colina, cuya mejor vista está fuera de los limites de la ciudad vieja. Alrededor, algunas embajadas, oficinas públicas y algunas terrazas desde donde se pueden tener hermosas vistas de la ciudad, redondean una ciudad vieja que necesita descubrirse de a poco.


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jueves, 15 de septiembre de 2011

Una leyenda para lo alto de una iglesia

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La construcción de lo que fue la iglesia más alta de Europa, con su torre de 154 metros de altura rematada en aguja, que se menciona ya en el siglo XIII, debe haber comenzado en el siglo XII y según la leyenda, fue culminada por un artesano que tenia pactos con el diablo. De algún modo maldita, la terminación de la torre tuvo tropiezos que costaron la vida a más de un trabajador. Nadie quería dedicarle ni una hora de trabajo, a la torre que robaba la vida de los habitantes del lugar; entonces, apareció un desconocido y misterioso hombre, que exigió una fuerte suma de dinero para terminarla; pero, prometió que si adivinaban su nombre (que nadie conocía) el devolvería ese dinero.
Los moradores enviaron un espía a su casa y allí se descubrió el nombre del trabajador. El pueblo se reunió y en el momento en que el hombre iba a poner la cruz en lo alto de la torre, gritaron
- Cuidado Olev, que la cruz está torcida
Olev, al verse descubierto se asustó y cayó al vacío. Al momento de morir salió de su boca un sapo y una culebra, prueba irrefutable de pactos demoníacos.
Esa historia, hermosa, la escucho a un guía a las puertas de la iglesia. Me apresuro a escribirla sentado en un banco de la iglesia para no olvidarla. Después de eso, conocer San Olaf, no es sino un acto del más profundo regocijo.


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