Es una lastima que Alejandría sea una ciudad sucia y deteriorada, es cierto. Pero algunas veces es necesario aprender a mirar un poco más allá de eso, respirar hondo y no tomarse a la ligera la visita a ciertos lugares, como a la Biblioteca de Alejandría, por ejemplo.
Convertida hoy día en un modernísimo edificio, cuyas fachadas exteriores recuerdan vagamente el caparazón de un animal prehistórico y sus espacios interiores, una estantería interminable, la biblioteca es sencillamente el lugar perfecto para guardar los tesoros más valiosos de la historia escrita de la humanidad.
Fue una de las 7 maravillas del mundo antiguo y debería ser, sin duda, una de las maravillas del mundo moderno. No es para menos: un lugar con un despliegue de tecnicismos y una acertadísima distribución de espacios habitables, que al mismo tiempo brinda la serenidad y calidez necesarias en un lugar de estudio; es, para decirlo rápido, un lugar sencillamente asombroso.
Una de las cosas que me deslumbra es el increíble sistema de iluminación: No hay una sola luz que rebote directamente en alguna superficie, pero tampoco hay el más pequeño espacio para la penumbra. Todo lo demás es lo que tiene que ser: Austeros estantes de pino y acero donde hay libros, libros y más libros.
En salas que hoy están cerradas se guarda el secreto de su grandeza: Lo que no se ve, los más antiguos incunables alguna vez publicados. Lamento mucho no haber podido verlos.
Salgo de allí con la misma sensación que tuve en mi primera visita a San Pedro, pero es mucho lugar común decir que la Biblioteca de Alejandría es un templo.
Convertida hoy día en un modernísimo edificio, cuyas fachadas exteriores recuerdan vagamente el caparazón de un animal prehistórico y sus espacios interiores, una estantería interminable, la biblioteca es sencillamente el lugar perfecto para guardar los tesoros más valiosos de la historia escrita de la humanidad.
Fue una de las 7 maravillas del mundo antiguo y debería ser, sin duda, una de las maravillas del mundo moderno. No es para menos: un lugar con un despliegue de tecnicismos y una acertadísima distribución de espacios habitables, que al mismo tiempo brinda la serenidad y calidez necesarias en un lugar de estudio; es, para decirlo rápido, un lugar sencillamente asombroso.
Una de las cosas que me deslumbra es el increíble sistema de iluminación: No hay una sola luz que rebote directamente en alguna superficie, pero tampoco hay el más pequeño espacio para la penumbra. Todo lo demás es lo que tiene que ser: Austeros estantes de pino y acero donde hay libros, libros y más libros.
En salas que hoy están cerradas se guarda el secreto de su grandeza: Lo que no se ve, los más antiguos incunables alguna vez publicados. Lamento mucho no haber podido verlos.
Salgo de allí con la misma sensación que tuve en mi primera visita a San Pedro, pero es mucho lugar común decir que la Biblioteca de Alejandría es un templo.
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