Es una invención relativamente nueva. En mi viaje anterior, lo que hoy se llama con desparpajo “la zona rosa” era un espacio mucho más pequeño y menos frecuentado. Ahora es un barrio que no tiene nada que envidiarle al West Village y es lo más divertido para “salir a rumbear”.
Hacia un frio intenso, de modo que realmente no había mucha gente caminando por las aceras (hay mucho tráfico) o entrando y saliendo de un sitio a otro. Pero, la vida divertida igual se respiraba en esta cadena interminable de opciones. Nosotros entramos a un lugar muy bien montado en donde se come, se toma y se baila. Tenían una orquesta Caleña (¿de dónde más si no?) que no sonaba nada mal y de resto, tenían amabilidad. Una amabilidad que lo deja a uno maravillado: El responsable del “parqueadero”, el mesero, el portero del sitio, la señora que vende flores y uno ignora. Todos, todos sin excepción, tienen una manera educada y amable de dirigirse a uno, sin estridencias ni chistes malos. De manera correcta, andina, decente, pues.
Me encantó la Zona Rosa y su sucesión de lugares para matar la noche: Restaurantes, bares, rumbeaderos, cervecerías y sitios por el estilo, algunos de un lujo increíble, algunos sencillamente entretenidos, algunos otros, “el sitio obligado”. Pero, en todos, la sensación de estar en una ciudad donde se sabe vivir la buena vida, es inobjetable. Punto.
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