Salimos del aeropuerto contándonos todas las cuitas que no habíamos podido decirnos en varios años. No me di cuenta al principio, pero algo siempre llama mucho la atención en esta ciudad moderna y bonita: Es una ciudad color ladrillo. Todas las construcciones residenciales, algunos centros comerciales y la mayoría de los edificios públicos de Santa Fe de Bogotá, son edificios de ladrillos rojos y tienen una arquitectura muy particular: Son edificios discretos, sin mayores alardes “creativos”, sin esculturas, ni cascadas, ni balcones volados. Son edificios elegantes y sosegados como la mayoría de los Bogotanos.
Es una importante diferencia con nuestra alocada forma de vivir venezolana. (Y perdónenme pero no puedo evitar la comparación). Nosotros tenemos edificios de todo tipo (algunos muy hermosos, como no) en donde lo que “importa” es la pinta exterior de la construcción. El espacio en el que vivirán los residentes es secundario. En algunas ocasiones son apartamentos de gran lujo, pero no es la norma.
En Bogotá, parece que la “escala humana” es fundamental y esa sensación se agradece enormemente. Las zonas residenciales de la capital colombiana, son espacios para que la gente viva a todo dar. Supongo que no es barato y que existen otras consideraciones que no pienso mencionar, pero dar una vuelta por Bogotá, sin salir del auto, en una primera mirada rasante, y empezar a escudriñar a partir de ahí la vida de los bogotanos, es un ejercicio de tranquilidad y buen rollo.
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