Aunque me comen las ganas de meterme
en la mar, hoy, primer domingo de mis vacaciones margariteñas, la playa tendrá
que esperar. Es un día imposible de
pasar de largo: es el día del cumpleaños de Nuestra Señora del Valle, Patrona
del oriente venezolano, Patrona y residente de esta isla y amiga cercana de mi
padre, quien era margariteño y ateo, pero tenía un lugar en su corazón para
Vallita, la Virgen milagrosa que reparte bondades y favores y ante quien, cualquier margariteño se quita el sombrero.
Es una fiesta en la que participa la
isla entera, con todo el ceremonial al que es tan afecta la iglesia
católica y que reviste una seriedad tan
impresionante, que vale la pena vivirla aunque sea una vez en la vida, por el
motivo que sea. En mi caso, debo confesarlo, un motivo entre muchas
curiosidades turísticas, me obliga. Poco antes de morir, papá me pidió dar un
abrazo en su nombre a la Virgen del Valle y saldar con eso todas las cuentas
pendientes, yo aun no he podido hacerlo aunque he visitado su santuario en
varias oportunidades. He amanecido pensando que hoy es el día. Un día que
empieza muy de madrugada con la salida de la imagen sagrada desde el santuario
ubicado en el Valle del Espíritu Santo, al son de serenatas con música tradicional,
hermosa hasta lo indecible y una primera misa, en la plaza del Santuario, que
no reviste la ceremoniosa oficialidad de la misa central, pero si la emocional
alabanza de un pueblo que cree y honra a su Señora.
Hoy, todas las calles de Margarita
han amanecido engalanadas, en la mayoría de los portales de las casas “de toda
la vida” se han instalado altares cuya imagen central es Vallita ataviada con
los colores de la mar, azul y blanco, y en todos los barrios tradicionales, en
todas las plazas y sitios públicos y en todas las iglesias de la Isla, no hay
más protagonismo que el muy merecido cumpleaños de La Virgen del Valle. Es,
además, una celebración impecablemente organizada a la que accede todo el que
quiera (y créanme, quiere todo el pueblo) siempre que observe el mayor orden y
respeto. Brigadas de voluntarios organizan y vigilan los estacionamientos donde
le obligan a dejar su auto, ordenan las filas que con enorme rapidez llenan las
“busetas” que nos trasladan hasta la Explanada del Espíritu Santo y mantienen
un orden y respeto sacramental que he visto muy pocas veces en mi vida. Pasadas
las nueve de la mañana, el Obispo de Nueva Esparta da inicio a la celebración
formal de la misa central, en la Explanada donde han llevado la Virgen en
solemne procesión. Es una ceremonia
sobrecogedora, que se hace aun más emocionante gracias a la preciosa música
tradicional de la isla, hoy vertida toda en su honor.
Una gentil voluntaria me lleva hasta lo más cerca que puedo llegar de la imagen, vestida con sus mejores galas y, después de hacer las fotos que puedo, me encuentro con ella para cumplir la promesa hecha a mi padre en los últimos días de su vida. Es un momento de profunda emoción que agradezco enormemente. Entonces siento que Vallita también está pendiente de mi y responde a mis súplicas. No me hace falta más nada
Una gentil voluntaria me lleva hasta lo más cerca que puedo llegar de la imagen, vestida con sus mejores galas y, después de hacer las fotos que puedo, me encuentro con ella para cumplir la promesa hecha a mi padre en los últimos días de su vida. Es un momento de profunda emoción que agradezco enormemente. Entonces siento que Vallita también está pendiente de mi y responde a mis súplicas. No me hace falta más nada
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