miércoles, 17 de octubre de 2012

BETHANIEN o los “Okupas”

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Por fuera podría ser una iglesia, con esas dos torres que enmarcan el pórtico, por dentro podría ser un museo dedicado a la arquitectura del siglo XIX. En la vida real, fue un hospital que devino en casa “Okupa” y se convirtió, por obra y gracia de sus ocupantes, en uno de los centros culturales más ricos y más famosos de Europa, y esto sin exageración alguna
Es una historia fascinante que ilustra las posibilidades infinitas del ser humano cuando la creatividad toma la delantera. Bethanien era el hospital antituberculoso de Berlín. Regentado por una orden de monjas dominicas, fue abandonado a finales de los años 50 pues se había “decretado” el fin de la tuberculosis y se consideraba que ya no hacía falta mantener esta estructura costosa y complicada. Estuvo vacía por algunos años hasta que en 1971, el movimiento Okupa, formado en su mayoría por jóvenes inmigrantes, estudiantes y profesionales recién graduados, que enfrentaban la grave crisis de vivienda que azotaba Berlín, donde era casi imposible conciliar los más de 10.000 apartamentos vacíos con las necesidades de 80.000 personas sin vivienda y los intereses inhumanos de especuladores inmobiliarios. Este movimiento empezó entonces a “invadir” propiedades abandonadas. Una de las primeras fue Bethanien. Allí se fueron a vivir unas 50 personas de todo tipo, que decidieron crear una comunidad auto gestionada en la que tuviera lugar el desarrollo cultural y personal de sus habitantes.
Después de allanamientos, problemas y enfrentamientos con el senado, que se oponía a permitir el crecimiento del ya célebre movimiento Okupa, y ante la presión de vecinos y Berlineses preocupados por el tema, el gobierno sentenció una ley que buscaba legalizar las ocupaciones y resolver de alguna forma el serio problema de la vivienda: Si los ocupantes se comprometían a darle, al sitio ocupado, un uso mejor que aquel que el gobierno pudiera darle y estaban dispuestos a emprender proyectos auto gestionados, no solo el ayuntamiento tenía la obligación de “asociarse” a los okupas, sino que recibirían un subsidio para sus planes. Lo mejor es que se determinó que no existía mejor uso para ningún edificio abandonado en Berlín, que el uso residencial.
BETHANIEN es, hoy día, un centro de impresionantes contrastes, y aunque el lado residencial del edificio no puede visitarse (los ex okupas, se niegan a ser un atractivo turístico y no disfrutan de las visitas de extraños) se puede estar en alguno de los talleres de artistas que habitan el proyecto y conocer curiosas iniciativas de desarrollo personal; tanto que en Bethanien ya coexisten emprendimientos “capitalistas” personales, al lado de talleres cooperativos, proyectos sociales, programas ecológicos y una gran comunidad de residentes. Y todos, en la paz más sana que uno pueda imaginarse.

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