miércoles, 17 de octubre de 2012

El Mercado turco

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Fue una lástima haberlo recorrido a vuelo rasante y no haber podido realmente, detenerme en sus muchos puestos de comida, de bisutería, de dulces, de especies, de verduras y hasta de ropa, que sólo puede envidiarle al Gran Bazar, sus techos artesonados.
El mercado turco de Berlín, uno de los sitios más frecuentados por todo el mundo, es una calle extensa y bien surtida a orillas del rio, donde la inmensa mayoría de turcos inmigrantes, sus mujeres y sus descendientes venden toda clase de cosas. Es decir, se dedican a lo que mejor saben hacer: eso que nosotros en Latinoamérica llamamos “turquear” con un sistema que mantiene la esencia de una cultura que lleva muchos años probando el éxito de comprar y vender. Es igual a lo que veremos en cualquier parte del mundo, incluyendo Estambul: Ellos le dicen un precio y usted tiene plena libertad para decir otro. Ahí empezará una divertida negociación, casi un romance, en el que usted terminará pagando lo que usted cree que es una ganga y el turco terminará ganando mucho más de lo que usted estaba dispuesto a permitirle.
Es una delicia. Volví a probar los dulces que se hacen con aroma de rosas, las “gomitas turcas” que me fascinan, le pegué un mordisco a un Kebab que me ofreció un marchante y estuve a punto de comprar botones de nácar, porque una señora me los ofreció con tanta simpatía que todavía dudo si me hubieran hecho falta.

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