jueves, 4 de octubre de 2012

La enfermería

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1942: la guerra está arreciando sus desmanes. La persecución contra judíos de toda Europa ha alcanzado niveles de locura. Auschwitz se abarrota con prisioneros que son “gaseados” casi a diario. Otras razas inferiores empiezan a aparecer y con ellos, el Reich no tiene mayores planes: Gitanos y Testigos de Jehová son llevados a Sachsenhausen, unos por que representan lo peor de una raza peor que la judía y otros porque se negaron a reconocer a Hittler como su único Dios.
Después del conteo, los Testigos de Jehová son retirados de la población general. Su terquedad religiosa les hace idóneos para un experimento que no tarda en popularizarse entre los campos de concentración de la SS. Son llevados a la enfermería para una “revisión general”. En grupos de 10 los hombres entran a una sala de espera con toda la escenografía y el atrezzo propios de una clínica. Sillas e incluso algunas revistas del régimen para esperar el turno.
Uno a uno, van pasando a la “oficina del doctor”. Un soldado alemán, disfrazado de médico, los recibe y los hace quitarse el uniforme de rayas. Fija a una pared, una cinta métrica de unos dos metros de altura es el siguiente paso obligado de cada paciente. Se necesita saber cuánto mide y cuánto pesa cada nuevo detenido. Nada raro, medicina de rutina. Desnudo, el detenido es invitado a pararse delante de la cinta métrica. Una pequeña ranura de unos 4 centímetros de ancho, separa el medio de la cinta métrica creando un espacio que se deja ver a través. De un lado, las medidas en sistema métrico, del otro las medidas en pulgadas. La hendija está hueca en la pared. En alguna parte suena una música estupenda. El detenido, en el mejor humor posible, se coloca delante de la herramienta de medida.
En una habitación contigua, vedada al conocimiento de los presos, un soldado alemán prepara su arma de reglamento. El detenido al colocarse ante la cinta métrica, obstruye la luz que pasa por la hendija de la herramienta, a la habitación donde el soldado escucha una música exquisita. Entonces, este soldado apunta y dispara a la hendija. El detenido cae muerto en la oficina del doctor. Es removido por enfermeros que expedirán un certificado de defunción por causas naturales. El soldado seguirá escuchando música hasta que el mínimo haz de luz que proviene de la abertura en la pared vuelve a apagarse. El soldado no sabe porque debe disparar, pero cumple órdenes. El “doctor” no sabe porque caen muertos sus pacientes, pero sabe que no puede preguntar, pues no es asunto suyo y cumple ordenes, los enfermeros que recogen los cuerpos, no saben nada. Sólo que deben firmar un certificado de defunción, sin nombre, que les ha sido entregado previamente. Una vez que los cadáveres se apilan en la morgue, al final del día, los sepultureros los llevan al crematorio. Nadie es responsable de nada. Nadie tendrá nunca la culpa de nada.
Es trabajo de rutina en la enfermería del campo.

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