martes, 11 de octubre de 2011

Museo del Memorial de Salaspils

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Al acercarse al campo de concentración, una inmensa escultura, suerte de tronco derribado de proporciones realmente monumentales, funge de puerta de entrada (allí está escrito, sobre la abertura que señala la única vía de entrada: Detrás de esta puerta, la tierra gime de dolor) que permite un acceso tranquilo y lento, al extenso terreno que es el parque Memorial de Salaspils. Esta escultura en obra limpia, es en realidad, un museo que recuerda la vida en el campo de concentración.
No sé si lo hacen a propósito; pero a mí me impactó profundamente el concepto museístico de ese sitio. En realidad, se trata de un enorme espacio vacío, sin adornos de ningún tipo y sin belleza. Líneas rectas, obra limpia, puertas contundentes cerradas a cal y canto, lámparas muy deficientes, muy poca luz (aunque un sistema de claraboyas otorga cierta luz natural) y en una de las salas, algunos dibujos que representan perfectamente el horror que era ir a parar a Salaspils, aunque se sobreviviera a las pestes. Parece además, una cosa lógica entrar al museo, después de haber recorrido un poco el parque y haber visito las maravillosas esculturas de piedra y los cimientos que sobreviven. El museo es una especie de “estocada final”.
Sencillamente parece mentira que semejante horror ocurrió hace 70 años. No más.

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