Son casi las 5 de la tarde cuando despierto de un sueño verdaderamente reparador. Ahora, que siento que estoy listo para recorrer en detalle esta zona de la que he tenido una primera y certera visión por la mañana, salgo a buscar, en primer lugar, un sitio para comer. Después ya veremos.
En las calles cercanas al hotel, en los boulevards más frecuentados y casi en todos los rincones, abundan los restaurantes de todo tipo, especialmente de comida tradicional. Me instalo en uno de ellos, que luce realmente animado, donde me como una sopa de hongos, papas y pollo, que creo es una de las sopas más ricas que he tomado en mi vida. Tanto, que demoro un rato probándola y pido una segunda ración para intentar descubrir cómo se hace. Al final, creo que logro “de construirla” y anotar algo parecido a lo que creo es la receta de esta sopa. Realmente es fabulosa.
Lógicamente, después de dos platos de esta sopa tan resuelta, estoy listo para lo que salga. Aun no empieza a atardecer y el extraordinario clima, no hace sino agregarle belleza a una ciudad que es realmente bonita, más allá de estas calles adoquinadas en las que se confunden los pasos de forasteros como yo, con las bien cuidadas fachadas Art Nouveau y los jardines que han colgado en sus balcones. Claro que me recuerda un poco a Tallin, aunque entre ambas existan importantes diferencias, y no podría decir cuál de las dos es mejor (no es esa la idea de todos modos). Aquí, en Riga, hay junto a la belleza general de la ciudad, un ambiente grato y distendido, de vacaciones totales, que hace todo mucho más entretenido. Sn duda, hay ciudades con “ángel”; el de Riga debe ser uno de los jefes.
Esta ciudad es fascinante, pero no sé exactamente por qué.
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