De las cosas que sorprenden, cuando se hace turismo en Bogotá, es que la mayoría de los sitios más importantes, mejor cuidados y hermosos, se le deben a la decisión de una gente culta y visionaria, que pensó en preservar algo para cuando ya no estuvieran en este mundo. El Museo del Oro, por ejemplo: Empezó en 1940 gracias a que el Banco de la Republica, compró una pieza de singular belleza, conocido como Poporo Quimbaya (un recipiente de cal). Fue un hallazgo arqueológico que, yo supongo, a algún directivo de entonces le dio por conservar y dar inicio con ella, a la vasta colección que hoy se conoce: según pude leer en algún sitio, esa primera colección llegó a tener 1749 piezas entre orfebrería, textiles, piedra y cerámica de los sitios arqueológicos más variados de Colombia; hoy sobrepasa las treinta y cuatro mil piezas, consideradas patrimonio de los colombianos y por lo tanto “intocables” (literalmente)
La historia ha ido poniendo orden en este crecer de una idea: Una sala privada de exposiciones se abrió en 1947, un museo más pequeño, pero público, se inauguró en 1959 y finalmente, el Banco comisionó la construcción de un edificio exclusivo para el Museo del Oro, al famoso arquitecto Colombiano German Samper Gnecco: una caja blanca que flota sobre mármoles y cristales sirve para guardar y mostrar la colección de orfebrería prehispánica más grande del mundo, entre muchas otras cosas.
Es increíble, de verdad. Está cuidado, protegido, mantenido y consentido como lo que exactamente es: una tacita de oro; y es, dentro de ese espacio urbano extraordinario que es el centro de Santa Fe de Bogotá, una visita que uno no puede perderse por ningún motivo. Si la colección es una maravilla, la museología es posiblemente más importante y el edificio “quita el hipo”. Como si eso no fuera suficiente, en los alrededores hay divertidos grupos de folclore colombiano representando las glorias prehispánicas (con mejor o peor suerte, para usted) y una “galería comercial” donde comprar replicas “amarillas” (puede que sean de tumbaga, una antigua aleación de oro y cobre) de muchas de las joyas que usted ve en el museo y tienen varios siglos de antigüedad. No se les escapa una, aunque estas últimas sean más divertidas que interesantes.
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