De entre las cosas que me gusta rescatar de los viajes por Latinoamérica, hay una en particular que me emociona; que me emociona siempre y mucho: nuestras iglesias, no importa lo antiguas, no importa lo recargadas, no importa su ubicación o su estado de conservación, son sitios vivos. Lugares donde feligreses de toda clase social escuchan misa, se postran en oración, pagan promesas, en fin, hacen contacto real y verdadero con Dios.
En la Catedral Primada Basílica Metropolitana de la Inmaculada Concepción de Bogotá, o Catedral Primada de Santa Fe de Bogotá, tanto título, tanta prestancia, tanto lujo y tanta belleza no cambia las cosas: cuando llegamos a visitarla, un sacerdote pronunciaba su homilía sobre un tema que, probablemente en Colombia, sea recurrente en cuanto pulpito exista: la necesidad de vivir en Paz.
Situada, como corresponde a la planta colonial latinoamericana, en el cuadrante que forma el centro neurálgico del poder, la Catedral de Bogotá (abreviémosle el nombre) es una de las iglesias más bonitas que se encuentra en este lado del mundo: conformada por una planta clásica basilical en forma de cruz latina que ocupa un área de 5300 metros cuadrados, con una nave central y dos laterales de la misma altura, cuenta con un altar mayor y 14 capillas: 7 en la nave sur, 6 en la nave norte y una frontal en la nave central, las cuales se complementan con el coro y dos sacristías. La linterna y cúpula se localizan en el cruce del transepto con el crucero, sostenido por cuatro pechinas y decorada en forma de media naranja, con color azul índigo y trece lenguas de fuego.
La fachada está dividida en dos cuerpos. El primero está compuesto por ocho pilastras de orden Corintio que suben hasta el arquitrabe, friso y cornisa, también de orden dórico; el segundo cuerpo es de orden jónico y se adorna por ocho pilastras. Tres esculturas elaboradas por Juan de Cabrera adornan la parte superior de cada puerta: la puerta del norte San Pedro, la puerta del sur San Pablo y el frontis la Inmaculada Concepción con dos ángeles a ambos lados en actitud de coronarla; encima de esta última se remata la fachada en un triángulo isósceles adornado con endentado, molduras de orden jónico y sobre ella una cruz pontifica de dobles brazos, y debajo de la estatua, sobre el dintel de la puerta principal se lee en una loza de mármol blanco la inscripción: «Bajo el título y patrocinio de la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, Santafé religiosa prosperará. Año de MDCCCXIV. Arquitecto Fray Domingo de Petrés, capuchino.».
Esta descripción, que encontré en una guía, cuenta todo lo que uno debería saber; aunque yo insisto que no hay mejor descripción, que la de los ojos de cada quien, que normalmente ni son tan cultos ni aprecian con tanto detalle los cuantiosos ornamentos de una iglesia, que siempre parece estar repleta de fieles a quienes casi les molestan los continuos flashes de los turistas. Cosas de Dios!
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