Si antes del siglo XIX, a alguna muchacha se le ocurría la genial idea de entrar a este sitio, salía de allí “con los pies para adelante”. No había otra alternativa. Las Clarisas Santafereñas, una orden religiosa fundada en el siglo XII según las doctrinas de San Francisco de Asís adaptadas a las mujeres, no podían ser vistas ni podían tener contacto con ninguna persona del exterior, desde el día que llegaban al convento hasta el día de su muerte. Al convento, por cierto, llegaban siendo unas niñas, en calidad de religiosas; a cualquier edad más o menos adolescente en calidad de “donadas” , (para prestar servicios a la congregación), o en el momento aciago en que la vida las convertía en viudas, a cualquier edad.
Estoy hablando del Museo Iglesia y Convento de Santa Clara, sede del Museo de Arte Colonial y espacio para exposiciones de Arte Contemporáneo, que entre las varias que se pueden visitar en la zona de La Candelaria es, sin duda, una de las que conviene mencionar, y ver; pues se le considera uno de los patrimonios coloniales más importantes de Colombia. No en balde, es una de las pocas edificaciones religiosas que perduran, de las que pertenecían a comunidades religiosas femeninas del periodo colonial y tiene una colección notable de maestros del siglo XVII y una inmensa cantidad de grabados, retablos, esculturas y relieves, que están talladas y recubiertas en hojilla de oro de 22 quilates y son, realmente, una maravilla. El techo es uno de los trabajos más cuidadosos que yo he visto en toda mi vida (no quedó milímetro que no fuera decorado) y la abundante pintura mural esparcida en los coros, el presbiterio el arco toral y la sacristía, tiene motivos de ángeles, santos, flores, animales y frutas tropicales, restaurados a un nivel de perfección increíble.
Estaba en exhibición una serie de obras de un pintor modernísimo y muy interesante que trabaja con hojilla de oro y otros materiales similares en formato mediano, una exposición muy bien montada que creaba un ambiente bastante interesante por decir un lugar común pues además tuvimos la suerte de tener el Museo para nosotros solos.
Luego recorrí las pocas instalaciones del convento que pueden verse y entendí que, vivir encerrado entre toda esa belleza en medio del aburrimiento del siglo XVI no ha debido ser tan malo. Hay que ver las celdas y los recovecos!!!
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