miércoles, 19 de enero de 2011

Ahora si, La HABANA VIEJA...










Hay muchas Habanas en La Habana y aunque todas se parecen un poco entre sí, hay entre ella diferencias que se mueven como pasadizos secretos en los que se van quedando dormidas las voces de los atrevidos. Habanas que desafían el tiempo, Habanas que no lograron alcanzar el futuro, Habanas que hacen maravillosas maromas para mostrar la decencia de sobrevivir con gracia y Habanas que lucen sus mejores galas aunque estén un poco desleídas y sobre algunas se hayan corrido varios velos. Esta última es La Habana Vieja, un pedazo inverosímil de belleza metido en medio de viviendas imposibles y vericuetos que llevan más de dos siglos, apostando a descubrir el toc-toc de los tacones que lustran sus adoquines.
Son cuadras de iglesias, conventos, hoteles, edificios de todos los estilos, plazas, parquecitos, fuentes y un sin fin de miriñaques que lo hacen un recodo de belleza en medio de gente que apresurada regresa a sus hogares, puebla sus oficinas o sencillamente se anota a la lucha diaria de la sobrevivencia.
Por suerte, tuve mucho tiempo para conocer La Habana Vieja y pude desgranarla lentamente entre mis dedos, desde el primer café el día de mi llegada hasta el último desayuno en el Hotel Inglaterra el día previo a la partida. Es una historia que prefiero contar casa por casa. Es la lenta historia del encantamiento que fue creciendo al compás de una flauta maravillosa que ora se transformaba en comparsa, ora se convertía en el son que no se ha ido o en la cara de transa que pasa a mi lado.

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