martes, 18 de enero de 2011

El Malecón de La Habana




Prácticamente es imposible no haberlo oído mencionar a alguien alguna vez. Es un pedazo de La Habana eternamente imaginado, eternamente soñado y eternamente romanceado. Es una de las tantas cosas que no son exactamente como lo pensamos, sólo que en este caso, eso no es ni malo ni bueno.
No es otra cosa que lo que es y sin embargo, antes de conocerlo, se corre el riesgo de pensarlo como el sitio más necesario e importante de la ciudad y por lo tanto, imaginarlo grandioso. En realidad sólo es extenso, no tiene ninguna gracia distinta a la que le confiere su nombre y sirve más para proteger la ciudad de los embates de la naturaleza, que como escenario para experiencias inolvidables; no obstante se viven y se agregan al mito. Es el malecón y no puede obviarse.
No pude fijarme en donde empieza ni en donde termina, pues está allí y es una presencia tangible y cierta como el azul intenso del mar de la bahía. Nadie supo decirme cuanto mide y puestos a describirlo, los nativos lo señalan con el dedo dándole la importancia que se le puede dar a unos cuantos kilómetros de concreto y una fuerte pared que separa la ciudad del mar. Posiblemente empieza (o termina) frente a La Habana Vieja y desde allí va mucho más lejos para bordear casi al completo la cara de la ciudad que de otra manera estaría bañada por el mar, y en toda esa extensión transcurren varias vidas: La del visitante que, a falta de mejores planes, se sienta sobre el muro a ver repiquetear el mar; la del cubano que pesca desafiante lo que bien puede ser el almuerzo de mañana; la del muchacho que, sin un peso en el bolsillo, se niega a dejar morir la noche; la del especulador que intenta vender los últimos habanos mal habidos; la de los enamorados sin cuarto; la del turista que busca alguna emoción pecaminosa; la del cubano que busca algunos pesos para completar el día. La de todos.
No alberga actividad “oficial”, restaurantes, cafés o atracciones de otro tipo. Además, en esta ocasión, como es invierno, tampoco hay demasiada gente poblándolo. Sirve para recordar que estamos en una isla; nos permite volver a ver la foto que siempre vemos cuando hablamos de La Habana y sobre todo, sirve para que cada quien se haga su particular fantasía y la cuente como quiera. Es El Malecón de La Habana. Tiene nombre y apellido.

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