sábado, 22 de enero de 2011

Había una vez un barquito chiquitico...









Ahja!…resulta que en el mismo medio de toda esa belleza, nos asalta la propia Revolución.
Hemos llegado al Memorial GRANMA, el parque museo destinado a mostrarle al mundo como fue que ellos llegaron, vieron y (aun no se sabe sí) vencieron. Es el lugar donde, a falta de mejores trofeos, se exhiben pedazos de aviones derribados, camiones utilizados en batalla, aviones y armamento que salió ileso, algunas otras chucherías de guerra y, nada más y nada menos, que el mismísimo GRANMA, el barco en el que los barbudos llegaron a Cuba; por cierto, mucho más pequeño de lo que uno siempre se imaginó, restaurado con preciosismo digno de mejor causa y protegido hasta de la luz del sol, por gruesos cristales blindados que forman una especie de santuario imposible de penetrar.
Está entre los dos edificios que forman el Museo de Bellas Artes y frente al antiguo Palacio de Gobierno, convertido en Museo de la Revolución, y lo precede la llama eterna a los caídos en combate. Tiene toda la custodia que acostumbran tener los “altares de la patria” e impone un cierto recogimiento, difícil de explicar. Cada vehículo exhibido cuenta buenamente la parte de historia que le tocó vivir y sirve, entre otras cosas, para formarse una idea bastante buena de lo que les tocó vivir a esos hombres y mujeres que derrocaron un régimen de horror para instaurar uno de hambre y privaciones. La historia, cuando se escribe en museos, pone la verdad en riesgo.

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