A Sachsenhausen se entraba por una única puerta en la que está escrita la frase “EL TRABAJO OS HARÁ LIBRES”. No es una afirmación metafórica. Sólo que no explica cual es la libertad que podía obtenerse trabajando. Sachsenhausen era un campo de trabajos forzados, en donde se mantenía un cuantioso grupo de prisioneros que realizaban trabajos en fabricas del Reich, en horarios y condiciones inhumanas. Todos los que entraban allí, lo hacían pensando que si se esforzaban suficientemente, obtendrían, como reconocimiento, su pase a la libertad y a la vida normal. En realidad, eso no sucedió nunca.
Quienes trabajaron denodadamente por cumplir con las exigencias del Reich, enfermaron y murieron, fueron exterminados porque ya no servían para nada, o murieron “naturalmente” debido a la malnutrición y las pésimas condiciones en que vivían. Los que no, fueron objeto de “experimentos” que dejan sin título al mismísimo Frankestein.
Una vez que los prisioneros entraban por esa puerta debían pasar a la plaza de conteo. Aquí comienzan las cosas “interesantes” de este campo: Los prisioneros eran rigurosamente contados dos veces al día, al amanecer y al anochecer, sin importar las temperaturas o las condiciones atmosféricas (algunas veces imposibles de soportar). Ese conteo se hacía en una plazoleta frente a lo que se conoce como Torre A, es decir, el centro de operaciones administrativas del campo. La única edificación de cierta altura (dos pisos) ubicada estratégicamente para observar desde allí TODOS los rincones del campo y lo que sucediera en ellos. Desde la torre A y la plaza de conteo se podía, y de hecho se hacía, vigilar cada pedacito del campo pues estaba diseñado para eso. Todas las barracas y todos los espacios que ocupaban los prisioneros tenían relación espacial con la torre A; lo que servía además como presión psicológica: Los prisioneros sabían que eran constantemente vigilados y algunos enloquecían por esta causa y eran asesinados. El conteo podía tomar una hora y media si todo estaba bien. Los prisioneros tenían que llevar a la fila a los que estuvieran demasiado enfermos o a quienes morían durante la noche, para que fueran incluidos en la cuenta y luego los guardias dispusieran de sus cuerpos. Si había un error de números, los prisioneros estaban obligados a permanecer a la intemperie y sin abrigos el tiempo que fuera necesario para aclararlo. Durante estas interminables sesiones de conteo, cayeron muertos por neumonías o enfermedades similares, un buen numero de inocentes.
Luego, eran despojados de todas sus escasas propiedades y alojados en barracones preparados para recibir una cifra muy inferior de personas. Hacinados, sin ninguna propiedad personal, uniformados e identificados con un humillante sistema de triángulos de colores que denotaban su condición personal, eran también despojados de su identidad. Se les tatuaba un número que debían aprenderse de memoria. Nunca más nadie los llamaría por su nombre y apellido.
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