El edificio del Parlamento Alemán, o Reichstag se puede visitar en dos o tres tiempos. O puede no visitarse sino es su asunto. Lo que no puede dejarse de lado es la visita a la cúpula y a la “azotea” desde donde las vistas de la ciudad son una maravilla. Punto. Incluso yo, que batallo con un vértigo espantoso en todo el mundo, me animé a acercarme a las barandas y subir por los pasillos redondos de la cúpula. Sentí morirme, es verdad. Pero lo hice y valió la pena.
Se trata de la cúpula que diseñó Norman Foster para coronar el antiguo edificio del Reichstag, o Parlamento Alemán, uno de los emblemas más importantes de esta ciudad. La cúpula, una maravilla de cristales y acero tiene un diámetro de 40 metros y ofrece una vista panorámica de Berlín a 47 metros de altura. Suficiente para, en un día soleado, vacilarse unas vistas realmente extraordinarias.
Está abierta en ambos extremos, (si, no tiene techo ni funciona como tal) y lo que mejor parece es una nave espacial. Es una estructura hecha mediante un sistema de espejos y cristales que proporciona claridad, luz e incluso electricidad al edificio y permite desde el tope, curiosear un poco en la sala de sesiones del parlamento, situada justo debajo del montón de curiosos.
Es realmente una cosa estupenda. Hay que ir. Es gratis y para acceder hay que cruzar la calle y entrar a una pequeña “oficina” de reservaciones donde le asignan un cupo y un número. Después de eso, volver a un costado del Reichstag y seguir instrucciones. Los policías son alemanes y están allí para cuidar su parlamento. No haga chistes.
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