
La belleza de este lugar impacta: callecitas adoquinadas, cafés y restaurantes, edificaciones de esas que sólo parecen existir en libros de secundaria, palacios en toda regla, retazos de arte que hablan de una opulencia y fastuosidad poco común en el Caribe.
Sentados en un café de Plaza Vieja, escuchamos un grupo de soneros que desdicen un viejo mito, según el cual, el son se fue de Cuba (nunca se irá) y los pies se bailan solos al compás de ojos que mirando en todas direcciones, borran las imágenes que minutos antes los nublaron.
Te verde para mi, capuchino para Rayi y nuestras guías. Emparedados de jamón y queso y panetela de trufas. Una cena ligera que disfrutamos fascinados, mientras la noche empieza a diluirse.
Cansados ponemos punto final a al primer día en La Habana. No pudo ser mejor.
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