martes, 11 de octubre de 2011

Detrás de esta puerta, la tierra gime de dolor

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Hay que caminar unos 3 kilómetros para llegar hasta allá, a menos que se contrate un tour organizado o un taxi. No está en el medio del camino y es parte de un frondoso bosque; pero incluso si hubiera que ir a pie desde Riga, es algo que nadie debe perderse de ver: El Memorial de la Segunda Guerra Mundial o lo que es igual, El Campo de Salaspils.
Fundado a fines de 1941, Salaspils era una prisión y un campo de reeducación laboral; dicho de otro modo, era un sitio para guardar judíos mientras el régimen Nazi encontraba formas de deshacerse de ellos; pero no era un campo de exterminio, oficialmente. Sutilezas que no disipan el horror de un sitio clave para entender esa gran locura humana que se llamó el holocausto.
Del campo de concentración, o de lo que fueran sus barracas, no queda casi nada. Sólo cimientos, regados en una gigantesca extensión de terreno, de las míseras construcciones bajo las que acogían a los judíos deportados de Alemania o a los presos políticos que agarraban en Riga bajo órdenes de custodia protectora. Aunque su finalidad no era la de asesinar judíos (para eso tenían otros espacios) el campo de Salaspils sirvió admirablemente para ayudar a la solución final: el frio intenso, las pésimas condiciones sanitarias y la manera infrahumana en que vivían los refugiados, provocaron la muerte de cerca de 5000 personas, de los 12 mil que se cree pasaron por allí.
Hoy, Salaspils es un parque en memoria de esas víctimas, sobre todo de los miles de niños (los llamaban niños pandilleros), que murieron o fueron apresados allí. Para ello, varios jardines, plantaciones de arbustos donde hubo barracas y el homenaje espontaneo de los visitantes, se une al dolor permanente que se siente al cruzar la puerta. Supongo que es el viento el que se ocupa; pero puedo jurar que sí, que es verdad: detrás de esa puerta, la tierra permanentemente gime de dolor.
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