Son casi las 2 de la tarde cuando llego al Aeropuerto de Riga para tomar un vuelo a Paris. Allí, tendré que cambiar de aeropuerto (llego por CDG y salgo por ORLY) para tomar otro avión, hasta Madrid, y de allí tengo solo una hora para embarcarme en un vuelo hasta Maiquetía. Todo un periplo que pone fin a un recorrido que ha incluido 4 aeropuertos, tres estaciones de autobús y una estación de tren.
Podría volver a decir, varias veces, que termina un tiempo maravilloso. Es la palabra que he usado con más frecuencia a lo largo de este blog, que es como decir a lo largo de este viaje. No tengo idea de cómo habría salido si lo hubiera hecho en compañía de alguien; pero, desde que empecé a planearlo lo hice en solitario, de modo que, nada, he tenido tiempo de sobra para adaptarme a la idea de viajar sólo. No tengo problema con eso.
Ahora, sentado en el aeropuerto, después de chequear mi boleto, registrar mi maleta, sellar el pasaporte y todo lo demás, sólo me queda esperar el avión de Air Baltic para empezar el regreso. Supongo que las reflexiones empezaran a llegar en los próximos días; también se que recordaré cada día de estos 24, cuando empiece a subirlo a las Libretas. Nada eso cuenta, más allá de lo que sirve como excusa para compartir con quien me quiera leer y me quiera escuchar; lo que cuenta es lo que guardo para mí, hasta la próxima. Un verdadero montón de emociones que se comparan al amor y se llevan en el cuerpo hasta el día del gusano.
Mañana, estaré en casa, desharé maletas, contaré el cuento, bajaré las fotos. Mañana seré otro hombre, parecido al que salió de casa hace 25 días, pero más grande. Más inexplicablemente grande.
miércoles, 12 de octubre de 2011
Regreso a casa…
Feliz cumple…
Una de las razones por las que escogí el lugar al que voy, es por su nombre: el restaurant se llama Bésame Mucho y el bar-discoteca de más tarde se llama De Puta Madre…a ver. Fue un fin de fiesta a la altura. Exactamente lo que yo quería hacer, tanto para celebrar mis cincuenta, como para celebrar el final de este recorrido europeo que ha resultado absolutamente estupendo. Nada ha salido mal, nada ha fallado, nada de lo programado ha salido al revés.
Así que, para cerrar el ciclo me he ido de rumba.Primero, he comido muy sabroso: Sopa de remolacha para empezar y un rico plato de pescados ahumados servido con papitas rusticas, bien rico. Después del postre (un escándalo de chocolate y más chocolate) me tomo una copa de un licor que sólo se consume aquí y es una delicia, aunque muy fuerte. Salgo medio “entonado” a buscar el barcete, que queda en la misma cuadra. Es un hit. Claro que no es un hit para quien anda sólo, pero como lo que estaba haciendo era disfrutando conmigo, la he pasado súper bien. Creo que me sabia cada una de las canciones que sonaba, y además recordaba perfecto como se bailaban (creo que me atreví a echar un pie en solitario).
Eran casi las 3 de la mañana cuando regresé al hotel. Andaba tan feliz como sarataco y dormí perfecto. A las 2 de la tarde empieza el regreso, espero que no haya ratón.
Me despiden bailando
Se hizo de noche en la Plaza de la Libertad. Dentro de un rato tengo que volver al hotel a vestirme para lo que será mi auto- fiesta de cumpleaños y de despedida. (cumplí 50 hace 5 meses y esa fue la excusa para este viaje) Voy a ir a cenar y luego a tomarme unos tragos en un famoso club Ochentero, que suena mucho en todas las guías (debe ser alguna chorrada turística, pero igual me late que debo hacerlo)
Pero antes, me estoy dejando llevar por una música bien rica que suena a poca distancia de aquí, y necesito ir a ver qué está pasando. Es un parque, uno más, en el que hay una tarima en la que, hoy, un trío musical entretiene a los nativos. Es lo más divertido, se ha formado un grupo de más de 20 personas que bailan danzas tradicionales y gozan un montón, de verdad.
Tanto como lo gozo yo. Me encanta verlo; no es un grupo folclórico, es gente de por ahí, que sencillamente cae por el parque buscando un poco de baile en el más puro estilo tradicional de ellos. Es una nota, realmente.
Plaza de la libertad
Durante la fiesta de la cerveza, mis vecinos de mesa, simpáticos y letones como pocos, me preguntaron si ya lo había visto. Les dije que sí, que había pasado por allí. Ellos reaccionaron de inmediato y me dijeron que, por favor, no me fuera de Riga sin pagarle homenaje; lo definieron como el único sitio que aún conserva capacidad para emocionarlos. Pude comprobarlo un poco después.
Iglesia de Santa María Magdalena
La perfecta caminata por las intrincadas callecitas del pueblo me llevan, sin que yo estuviera buscándolo, a la preciosa Iglesia de Santa María Magdalena. Una iglesia católica, blanca y espigada que se esconde entre los rincones de Klosteru Iela (la calle de los claustros). Será lo que sea, pero a mí, esto de poder entrar por un rato a una iglesia vacía, orar un poco y llenarme de fuerza espiritual para seguir en lo que sea que yo ande, me parece algo que me pone Dios en el camino para que todo me salga bien.
Fue construida entre los siglos XIII y XIV para satisfacer las necesidades de las mujeres del claustro de la orden Cisterciana (fundado en 1255). El claustro, separado de la iglesia por una pared, servía para cerrar el paso a las paredes exteriores del pueblo. Funcionó hasta 1582 en que por causa de la era reformista fue cerrada y abandonada hasta 1639, año en que se restauró y se entregó al culto protestante. Vinieron los años en que Riga fue anexada al Imperio Ruso y pasó a llamarse Iglesia de San Alexei y servir a la fe Ortodoxa. Fue hasta mediados del siglo XVIII cuando, restaurada una vez más, adquirió su apariencia actual. En 1923 volvió a cambiar de manos y regresó a ser la iglesia católica que hoy se conoce.
Es hermosa, sobre todo por lo discreta, acogedora y viva. Mientras estaba adentro, algunas personas entraron a hacer lo mismo que yo hacía: Orar y ponerse en paz con Dios. Nada mal, si pienso que necesito su protección para llegar con bien a casa.
martes, 11 de octubre de 2011
Se acerca el final
He estado más de tres horas disfrutando la feria de la cerveza y me he divertido como loco. Casi al punto de no querer que llegue mañana. A las 5 de la tarde de mañana estaré tomando un vuelo hacia Paris y de ahí a Maiquetía. Entonces, habrá terminado esta aventura que no será fácil dejar de lado en mi vida.
Lo he sentido de pronto. Entiendo desde siempre que todo viaje tiene un final, como todo lo bueno de la vida y que el de este, en particular, está cantado desde el primer día. Pero, hoy me ha dado el gran ataque de no-me-quiero-ir y ando alicaído. O mejor dicho, ando preparando la salida, que no es sencillo cuando se quiere tener una varita mágica que eternice el tiempo que guardamos, para dar vueltas por el mundo.
Atardece y como falta un buen rato para que se oculte el sol, decido dar la última vuelta por la ciudad para terminar de encontrar sus tesoros que presiento muchos y encantadores. Riga, la ciudad que me ha encantado y a la que me siento, de algún modo, atado en estos días de final de verano, en que empieza a refrescar la temperatura y el sol sigue alumbrando con terquedad, está regalándome estupendas ultimas horas de vacaciones. Es lo bueno que tiene viajar…
Una fiesta inesperada
He salido a caminar después de desayunar, con la intención de acercarme al mercadito artesanal del centro de Old Town, para comprar algunos regalitos. Esta gente hace maravillas en lino y quiero algo. El mercado, por cierto, es una maravilla y los precios son de lo más solidarios. Ya revisé otras opciones y no hay mejor sitio para recuerdos de viaje. Sigo.
Esta sí que es la sorpresa del día. Una muy buena además: Atraído por una música a mucho volumen, me meto por unas calles medio periféricas del centro y me encuentro con LA FIESTA, una especie de verbena de colegio que a plenas doce de mediodía de este sábado esplendido está a reventar de gente (por lo que creo son letones en su mayoría) y ofrece un rato buenísimo de diversión, La Feria de la Cerveza.
Hay, por supuesto, muchos puestos de cerveza de todo tipo que venden acompañada de un plato de pancitos negros (como integrales) impregnados en una fuerte salsa de ajo. Son el acompañante ideal de la cerveza. Me arriesgo y pruebo uno, es muy sabroso. Después de tomarme una cerveza rubia bien rica, me destapo a la glotonería: una papa cortada en espiral y frita (delicioso) unos dulcitos de frutas muy buenos y después de la segunda cerveza, un completo almuerzo con brochetas de pollo, sauerkraut y papas fritas.
Mientras almuerzo, me divierto como enano mirando competencias de pulso entre mujeres, y me dedico a conversar divertidísimo, con una pareja de nativos que se ha sentado en mi mesa. No voy a moverme de aquí en un rato, estoy pasándola retebien…
Más allá de Old Town
Los prodigios arquitectónicos de Riga, si bien alcanzan su esplendor máximo dentro de los límites de Old Town, se extienden con igual prestancia unas cuadras más allá, fuera del turismo y la fiesta con música cubana que tanto éxito tiene.
Saliendo de Old Town, al atravesar Aspazijas Blvd, empieza a aparecer la ciudad que poca gente recorre. Un gratísimo parque (está prohibido permanecer en la grama del parque, hay algunos cafés muy chéveres para contrarrestar la prohibición) alrededor del que se encuentran dos edificios emblemáticos: La Universidad de Latvia y La Opera Nacional (ambos, edificios muy inspirados en la cosa Rusa) y un poco más allá, a lo largo de la calle Barona (Barona Iela) una buena colección de edificios residenciales que valen mucho la caminata. Tiendas, restaurantes y algunos buenos bares, redondean la oferta que invita a seguir por Barona, tantas cuadras como buenamente se aguante, para alejarse del turismo estridente y sentirse más y más, un amigo de los letones.
Para llegar a Salaspils
No parece ser un sitio de esos donde la gente hace turismo masivo. Por lo tanto, si no se está pendiente de querer acercarse hasta allá, quizás es fácil perdérselo. En realidad, es bastante sencillo.
Se puede contratar un tour organizado que lo llevará, le dará unos minutos para que vea lo que hay que ver y lo regresará a su hotel previa parada para almorzar y lo de siempre. Se puede ir en taxi, lo cual es conveniente para grupos de 3 o 4 personas, pues no es barato y por último se puede ir por cuenta propia. Esta es la mejor manera.
En la estación de trenes, al lado del Central Market, hay que buscar un tren que vaya hasta Daugavpils (la segunda ciudad de Letonia) el ticket para ese tren cuesta unos 70 centavos de Lat (menos de medio euro) y en unos 20 minutos está parando en Salaspils. Por cierto, las estaciones de tren parecen escenografía de película neorrealista italiana. Al legar a Salaspils, hay que tomar un autobús (frente a la estación, a las puertas del Jardín Botánico) que vaya para RIGA y avisar al chofer que uno tiene intenciones de bajar en el Memorial. Al bajarse, hay una señal perfectamente reconocible. Desde allí se camina un trecho como de 2 y pico de kilómetros, (casi tres) que es muy grato pues está rodeado de árboles y bosques. En el camino pasará por un cementerio actual y una agencia funeraria. Más nada. Es decir, conviene llevar agua, refrescos, y hasta comida, el paseo puede tomar una jornada completa. La entrada al memorial es gratis y el ticket de autobús costará otros 70 centavos de LAT.
Para regresar a RIGA, solo hay que desandar el camino del bosque y salir a la misma parada en la que bajó (no cruce la avenida pensando que tiene que devolverse) espere pacientemente un autobús con destino RIGA, pague otros 70 centavos y vaya tranquilo hasta Central Market. Es muy simple.
Museo del Memorial de Salaspils
Al acercarse al campo de concentración, una inmensa escultura, suerte de tronco derribado de proporciones realmente monumentales, funge de puerta de entrada (allí está escrito, sobre la abertura que señala la única vía de entrada: Detrás de esta puerta, la tierra gime de dolor) que permite un acceso tranquilo y lento, al extenso terreno que es el parque Memorial de Salaspils. Esta escultura en obra limpia, es en realidad, un museo que recuerda la vida en el campo de concentración.
No sé si lo hacen a propósito; pero a mí me impactó profundamente el concepto museístico de ese sitio. En realidad, se trata de un enorme espacio vacío, sin adornos de ningún tipo y sin belleza. Líneas rectas, obra limpia, puertas contundentes cerradas a cal y canto, lámparas muy deficientes, muy poca luz (aunque un sistema de claraboyas otorga cierta luz natural) y en una de las salas, algunos dibujos que representan perfectamente el horror que era ir a parar a Salaspils, aunque se sobreviviera a las pestes. Parece además, una cosa lógica entrar al museo, después de haber recorrido un poco el parque y haber visito las maravillosas esculturas de piedra y los cimientos que sobreviven. El museo es una especie de “estocada final”.
Sencillamente parece mentira que semejante horror ocurrió hace 70 años. No más.