lunes, 17 de septiembre de 2012

Ana Frank, la historia de un horror

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“Algún día esta horrible guerra habrá terminado,
algún día volveremos a ser personas y no solamente judíos”
(Ana Frank, 11 de abril de 1944)
“Montar en bicicleta, bailar, silbar, mirar el mundo,
sentirme joven, saber que soy libre, eso es lo que anhelo”
(Ana Frank, 24 de diciembre de 1943)
 
¿Cómo puede entenderse,  a cualquier edad,  que se es menos, simplemente porque se cree en otra manera de adorar a Dios? Quizás esa haya sido la gran pregunta por la que Ana enfrentó sus días, durante los dos años escasos que duró su auto impuesto cautiverio.
En 1942, Ana, su hermana Margot, y sus padres Otto y Edith Frank, así como alguno socios y amigos: la familia compuesta por Herman y Auguste van Pels y Peter y Fritz Pfeffer, emprendieron la más peligrosa de las aventuras que podía emprenderse en los años de la II Guerra Mundial: Intentar sobrevivir a toda costa, siendo judíos y sin renegar de ello, hasta que algún día terminara la absurda guerra de Hittler. No lo lograron,  por semanas, pero su vida ha sido el testimonio más duro y más conocid de los millones de testimonios que, desgraciadamente, la historia ha recogido para documentar esa locura que se llama El Holocausto.
Se habían trasladado a Holanda en 1933 cuando Hittler llegó al poder, e instauró su régimen antijudío. Allí, Otto Frank había montado su fábrica de especias alimenticias, para vivir tan buenamente como lo permitiera su trabajo. En 1940, el ejército alemán ocupó Holanda y adoptó medidas antijudías. Dos años más tarde, seguros de que bajo el régimen antijudío, no solo sus bienes, sino sus vidas corrían peligro, decidieron pasar a la clandestinidad. Lo hicieron en el edificio situado en Prinsengracht 263, donde funcionaba la empresa de Otto. Era una especie de ventaja: el edificio constaba de dos partes: La delantera donde funcionaba la empresa y la parte de atrás donde había una pequeña vivienda no ocupada. Allí se escondieron, bajo estrictas normas de sobrevivencia, los ocho judíos en un intento desesperado por llegar al final de la guerra. En la parte superior de la vivienda, a la que se accedía, una sola vez, a través de una estantería giratoria que se había construido en el descanso del piso superior de la casa de adelante, los escondidos hacían vida protegidos por los cuatro empleados directivos de la fábrica de Otto. Más nadie estaba en el secreto. Los empleados del almacén y los clientes o relacionados de la fábrica, ni siquiera lo imaginaban. Se suponía que Los Frank habían huido de Holanda, también.
Estaban más cerca de lo que todos pensaban: En cuatro pequeñas habitaciones que servían como cocina, sala de estar, dormitorio, sanitario, comedor, estudio y un pequeño desván, desde el que Ana , Peter y su hermana Margot, tenían el chance de ver algunas noches estrelladas o imaginar el motivo de los ruidos que provenían de las calles cercanas. Ana, mientras tanto, documentaba hasta el mínimo detalle en sus diarios.
En 1944, el 4 de agosto para ser exactos, una denuncia anónima descubrió ante el Servicio de Seguridad Alemán la existencia de los escondidos: Los nazis detienen a los escondidos y a dos de sus protectores. Alguien los ha delatado. No se sabe, nunca se supo o se sabrá, quién lo hizo. Los detenidos son trasladados casi de inmediato a diferentes campos de concentración y para Abril de 1945, cuando finaliza la guerra y se liberan los campos, todos, menos Otto Frank y dos de los protectores, habían fallecido. Ana y su hermana Margot, las ultimas en morir, fueron víctimas del Tifus en el campo de Bergen-Belsen.
En Junio de 1945, liberados los campos de concentración, Otto, que había logrado sobrevivir regresa a Ámsterdam con la banal esperanza de encontrar a sus hijas, de quienes no sabía nada. Ya había confirmado que Edith su mujer, había muerto en el campo, pero no sabía que sus hijas habían corrido igual suerte. Lo confirmó en esos años difíciles que siguieron a la liberación. Entre tanto, una de las protectoras, Miep Gies, había guardado celosamente los diarios y papeles de Ana, que consiguió después del allanamiento de los nazis al refugio de Los Frank. Así empieza la historia de Ana Frank. En 1947 después de muchas vacilaciones Otto decide publicar el diario de su hija y dedicarse en cuerpo y alma a luchar contra la discriminación, los prejuicios y a favor de la historia de su vida, para ver si servía de ejemplo.
Esta es la historia que se vive en la Casa de Ana Frank. Un lugar que por cierto, tiene cierto aire sacramental en el que se habla bajito, se ven videos y se recorre en silencio. En el mismo silencio con el que la humanidad vio crecer el horroroso régimen anti personas de Adolf Hittler; en el mismo silencio con el que hemos visto avanzar el comunismo, las dictaduras militares y las superioridades sin sentido que están diezmando una humanidad que no tiene casas donde esconderse,  ni diarios en los que escribir.

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