miércoles, 26 de septiembre de 2012

Para recordar lo peor

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Salimos de la Puerta de Brandemburgo realmente emocionados, y echamos a andar hacia la derecha por una amplia avenida llena de arboles. Después de algunos minutos caminando, una plaza llena de bloques de piedra (se llaman “estelas de hormigón”) de todos los tamaños, en medio de una especie de laberinto a varios niveles, nos sale al encuentro: es el Monumento a Los Judíos Europeos Víctimas del Holocausto Nazi.
Es imposible estar en Berlín aunque sea por unas horas y no revivir ese horror. Toda la ciudad está llena de recordatorios, está llena de sitios que fueron violentados por el sin sentido de un monstruo. Todos los alemanes tienen que vivir con la sospecha de haber sido nazis y con la culpa de todo lo que pasó y el mundo recuerda a cada instante. Por eso, este monumento es tan importante y tiene tanto significado. Podrían ser puentes que el mundo ha tendido para perdonar sin olvidar o podría ser, como lo dice la explicación oficial, una aproximación exacta a lo que significa verdaderamente un monumento funerario, en el que no se ha utilizado ningún símbolo.
Sea una cosa u otra, la verdad es que se trata de un sitio que debería movernos a una profunda reflexión: los espacios entre una “estela” y otra forman un laberinto que puede ser muy confuso, pues además está a varios niveles casi imperceptibles de altura y, como dice su creador, sirve para explicar lo que escapa a la razón humana. En realidad, está convertido en un parque de atracciones para niños de todas nacionalidades, que saltan entre los bloques sin tomar en cuenta el significado del sitio. Por eso es recomendable no ir en la mañana. Tuve la suerte de volver al atardecer y perderme un poco en el laberinto, mientras la luz del sol terminaba de ocultarse y puedo decir que viví algo que me estremeció. Pero eso es otra historia.
 
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