martes, 11 de septiembre de 2012

Europa en un barrio

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La mayoría de las personas opinan que Bruselas, por si misma, no da para más de un fin de semana, que lo poco que hay que ver está suficientemente bien ubicado a distancias perfectamente caminables y que el resto de la ciudad suele ser aburrido y poco atractivo.
No estoy del todo de acuerdo. Primero, porque Bruselas tiene en sus escondites,  muchísimo más que ofrecer que el descaro amoroso del Manneken Pis, o la grosería de algunos de sus meseros o los mejores chocolates y cerveza del mundo. Tiene seguramente rincones divertidos que en esta primera vuelta no fuimos capaces de encontrar y lo mejor de todo: Tiene el encanto multicultural de ser la sede de la Unión Europea. Una sede que existe más allá de los simples acuerdos de cooperación y se materializa en edificios y barrios con sabor europeo, cualquiera que este sea.
Para quien crea que hace falta un emblema, mas allá de una bandera azul con estrellas amarillas y dignatarios defendiendo una unidad frágil, que no parece fácil de romper, le debe bastar con acercarse al barrio Europeo: el conjunto urbano que encierra los edificios sedes de las instituciones europeas y las residencias de quienes llevan la comunidad al día a día. A pesar del silencio, de la tranquilidad que se respira en este sitio, todo el que camina por esas calles, sabe que detrás de esas paredes se están preparando opciones para una vida mejor, aunque no siempre resulten o para una economía mejor, aunque ese tema sea el que más difícil se nos hace.
Me ha gustado Bruselas, pero me ha dejado la sensación de ser,  sencillamente, un lugar apacible en el que todo el mundo trabaja o está de viaje. Eso, en este momento de mi vida, podría acomodarme como un guante.

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