viernes, 16 de septiembre de 2011

El centro del centro

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Todas las calles de Vanalinn (El nombre Estonio del casco antiguo) conducen a la plaza del ayuntamiento o Raekoja Platz; especie de centro máximo de reunión donde se confunden turistas y nativos alrededor de restaurantes montados en lo que fueron los edificios públicos importantes del pueblo. Conserva casi intactas las características de “plaza mayor” de una auténtica ciudad medieval y, seguramente, se origina en el mercado medieval que allí existió alrededor de los siglos XIV y XV. Actualmente, en verano, cada miércoles funciona un mercadillo de artesanías donde se consiguen buenos tejidos, linos y joyería a precios muy decentes y en invierno, se arma un famoso árbol de navidad, considerado uno de los mejores de Europa.
Creo que ya lo he dicho, pero es imposible no repetirlo: lo más notable de la plaza, además claro está, de su ambiente permanentemente festivo, es el ayuntamiento, con su torre de 64 metros de altura que remata desde 1530 en una veleta que representa a un viejo guerrero que se ha convertido en el símbolo de la ciudad, el Vana Toomas y sus dos gárgolas de dragón que datan del siglo XVII.
En los bajos del ayuntamiento, casi en la esquina que da al lado amplio de la plaza hay un restaurante muy famoso, por servir una sopa de alce, (Si, ALCE, esa especie de venado que nosotros casi no conocemos y que siempre aparece en películas de Disney haciendo algo, el de los cachos) realmente rica, que cuesta solo UN EURO el plato. Les juro que no hay truco: usted entra, le sirven la sopa (que en realidad es un caldo muy caliente con verduras, que sabe a caldo de carne y es un poco grasoso) y si no pide más nada, paga UN EURO. Punto.
En la esquina opuesta, funciona lo que se cree es la primera farmacia de la que se tiene noticia en este lado del mundo. Aun funciona como farmacia, aunque tiene mucho de museo, pero no pude verla en detalle, estaba cerrada por vacaciones de verano.
Todo lo demás es exactamente lo que todos pensamos: una trampa para que los visitantes gasten su plata; pero es una trampa tan bonita, tan grata y tan divertida que se cae en ella una y mil veces, a plenitud de conciencia o como sea.


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