domingo, 18 de septiembre de 2011

¿Mundo sin fronteras?

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Si nunca se ha tenido la mala suerte de experimentar el terror más grande, tal vez un buen lugar para estrenarse sea la entrada  a Rusia. No sé por qué, las fronteras, los puntos de control policial, las aduanas y todo eso, no se llevan bien conmigo. No me siento cómodo en esos lugares, estén en el aeropuerto de Mérida o en el de París. Sencillamente no me gustan, pero lo de hace 5 minutos, entrando por tierra a la Federación Rusa, ha superado mi propia aprehensión y el peor de mis miedos: Quedarme varado, sólo, a miles de kilómetros de la seguridad de mi hogar, con un presupuesto que no soportaría gastos importantes que no hayan sido considerados con antelación, y en un lenguaje imposible de entender.
Llegué a la taquilla de control de pasaportes con mi mejor cara, mi mayor seriedad y la conciencia de que los rusos son los rusos y, ellos se ocuparon de demostrarlo. El funcionario trataba de preguntarme algo que nunca entendí, volteaba las páginas de mi pasaporte una y mil veces, buscaba algo en su computadora y mi documento continuaba sin sello de entrada. Los minutos avanzaban y mi estatus seguía en un limbo de preguntas, que yo no podía contestar,  porque no las comprendía.
Hace un par de meses llamé a la Embajada Rusa en Venezuela y me dijeron claramente que los venezolanos no necesitamos visa para venir a hacer turismo en Rusia. Punto.
Pues parece que en la frontera de esta carretera, a las 12 del mediodía de un sábado de agosto, nadie está suficientemente enterado del detalle. El funcionario abandona su puesto, me hace señas pidiéndome que lo acompañe y, una vez más, hago acopio de todas las oraciones que conozco para a) que no se me note el estado de nervios, b) se resuelva todo bien y rápido. Pues bien, estoy en un “cuartico de inmigración” pero en Rusia, y en una frontera terrestre donde nadie habla inglés. Jamás supe que pasó. Abrieron mi maleta, la volvieron a cerrar. Hicieron dos llamadas telefónicas. Nada. Yo ni siquiera respiraba. Tres funcionarios, un hombre y dos mujeres, me miraron fijamente y dijeron la única palabra que entendí: “HOTEL”
Saqué de mi maletín la confirmación de mi reservación (que estaba en español…oh My God) y ellos la miraron con un desprecio digno de “aquí te quedas”. Enseguida, sonó el teléfono, el funcionario respondió, me devolvió el papel, me devolvió la maleta y selló mi pasaporte.
Me señaló el camino de salida; mejor dicho, de entrada a Rusia y con su mano abierta me gritó que sólo podía permanecer 5 días. (Nunca supe cómo se enteró de que yo vengo por esos días exactamente, pero no quiero averiguarlo)
- FIVE DAYS!!!
Que no se preocupen, no estaré ni uno más…
De regreso al autobús tengo la sensación de no saber donde estoy, pero supongo que voy camino a San Petersburgo. Esperaré y veré a donde llego, por lo pronto, sigo en el viaje. Gracias a Santa Helena de la Cruz y todos mis santos!!!
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