sábado, 17 de septiembre de 2011

Pirita, la playa

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Apenas me doy cuenta que me quedan pocas horas en Tallin, horas que necesito aprovechar para que Tallin sea una parada completamente feliz en este largo itinerario. Hoy me levanto temprano, tuve la dicha de una buena noche de sueño reparador y estoy listo para abandonar las seguras murallas de Vanalinn y esculcar la ciudad moderna y un poco anodina que vi al llegar. Tengo mucho interés en ver que es lo que sucede fuera de aquí. Empiezo por caminar hasta una estación de autobuses que está al frente de Viru, donde se toman autobuses municipales a todos los destinos de la ciudad. Voy a Pirita, la playa de Tallin y lo hago en compañía de un grupo de ingleses muy jóvenes y simpáticos con quienes comparto posada. Se han anotado en el plan gracias a una conversación casual que tuvimos ayer y me parece excelente idea.
Pagamos 1 euro cada uno por el boleto de ida y vuelta, esperamos unos 10 minutos por el autobús número 31 que va justo hasta ese pueblo y nos encaminamos hacia la playa, agradecidos por el día excelente que apenas comienza.
Desde la parada del autobús, caminamos un pequeño trecho hasta alcanzar la orilla de arena grisosa que bordea el mar. Yo, con mucha tristeza, me doy cuenta que definitivamente, en materia de playas, nosotros los caribeños somos difíciles de impresionar. Los ingleses opinan que la playa, a pesar de sus bemoles It´s OK. Para mí, Pirita es más bien, una decepción. Una larga costa de arena muy suave y casi blanca que empieza donde termina un espeso bosque de pinos y una playa que es como un plato, hasta ahí todo bien. Pero, la playa es gris, muy sucia de algas y el agua es helada, aunque afuera hay casi 30 grados de calor y para colmo de males, acaba de nublarse el cielo. Se ocultó el sol. Caminamos un buen rato tratando de llegar a algún punto de esa orilla donde apetezca bañarse, hasta que finalmente los ingleses arman campamento en un recodo simpático y entran fascinados al mar. Yo, incapaz de meterme en esa playa tan sucia y aburrida, me acuesto en la arena por un rato, me mojo los pies, como por no dejar de sentir un nuevo mar, y pasadas unas dos horas, me despido de mis amigos y decido salir de allí en búsqueda de las Ruinas del Convento de Santa Brígida. No me siento rompe-grupo. Con anterioridad habíamos acordado que los dejaría allí, pues yo seguía en mi Turistic Obsession

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