jueves, 29 de septiembre de 2011

PETERHOF–Grand Palace

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No sabía bien para donde tenía que mirar primero. Se entra a Peterhof por un camino muy amplio desde el muelle (si llegas por lancha, que es la mejor forma) y poco a poco se empiezan a adivinar las fuentes que han convertido Peterhof en un lugar sin rival en el mundo. Pero, tras esas fuentes, se alza orgullosisimo el Gran Palacio, sus terrazas y sus jardines propios, para no mencionar un interior que hay que ver para creer.
Tomó 200 años terminar de construirlo, pues nunca fue suficientemente grande, ni suficientemente opulento para el gusto de Pedro El Grande o el de su hija y heredera Elizabeth, entre otros que lo habitaron. Esta última, por cierto, contrató a Bartolemeo Francesco Rastrelli para que rehiciera el interior y este decidió que no podía dejar ni un solo centímetro de pared sin adornos y se esmeró de tal modo, que la Escalera de Honor y el Gran Salón de Baile, podrían resultar escandalosamente empalagosos para quien prefiera la modestia.
Cientos de detalles hacen que el Gran Palacio sea una de esas cosas que se ven y no se pueden olvidar (lamentablemente, por cierto, no pueden hacerse fotografías en el interior, por lo que conviene confiar en la memoria) Pero hay uno que me deja sin aliento: Al lado del salón del trono, hay un salón de especial importancia para Catalina La Grande, quien lo hizo reconstruir para albergar 12 oleos de gran tamaño del pintor alemán Hackaert que representan batallas marítimas. Pues bien, como las pinturas eran hechas por encargo, la emperatriz sintió que, una de las doce no tenia suficiente fuerza en sus estallidos y representación de la guerra; entonces, ella decidió representar una batalla, con fragata volando por los aires incluida, para que el artista lo viera desde la orilla y recibiera las musas….nada, cosas de Catalina!
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