miércoles, 21 de septiembre de 2011

ERMITAGE, por dentro (II)

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Es imposible definir las colecciones del Ermitage con la simple emoción de caminar por sus salas.
En este museo hay de todo. Y de todo en el más puro estilo ostentoso que es fama en este pueblo. En gran medida, es obra de Catalina La Grande, quien se dedicó a coleccionar arte con la misma pasión que le puso a todas sus otras “maldades”. Empezó por la compra de 225 obras de pintores europeos y no se detuvo nunca. Atesoró, por lo menos, 2000 obras, entre las cuales había pintura, joyería, escultura y cualquier cosa imaginable con el consejo de notables intelectuales de la época. A su pasión por las compras de arte se le debe, por ejemplo, la vasta colección de Rembrandt y valiosísimas pinturas francesas del siglo XVII y XVIII.
Es increíble. Cada sala es mejor que la anterior, tanto por su apariencia extraordinaria como por lo que contiene. Nada es dejado al azar. La Sala del Trono, por ejemplo (un salón de una grandiosidad apabullante) o el salón ceremonial, usado para bailes, francamente bello, son simples antesalas para exhibiciones tan valiosas como un par de obras de Da Vinci (que a mi me dejaron sin aliento) y una importantísima colección de impresionistas y post impresionistas franceses, que le hacen a uno preguntarse si tanto, tanto, es lícito. (En una sala hay tal cantidad de Renoir que uno fácilmente podría confundirse de sitio)
En fin, hablar del interior fastuoso y gigantesco del Ermitage, llevaría páginas y días de trabajo. Esas son las cosas que uno tiene que ver en su vida.
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