viernes, 9 de septiembre de 2011

Centro Pompidou

El acordeón aun resuena en mis oídos la alegre tarantela que acompaña mi acercamiento a otro de los mitos. Esta vez, el improvisado chansonnier es un jovencísimo italiano que convierte el vagón de metro en escenario perfecto de San Remo. Llegábamos a la parada de Rambuteau y los acordes animaban la salida al encuentro con un edificio que, aun hoy, a 34 años de su inauguración formal, sigue siendo tema de conversación.
El Centro Pompidou, uno de esos lugares que se han visto millones de veces y que pueden reconocerse en cualquier publicación, es un lugar que, visto de cerca, adquiere la dimensión inconmensurable de la verdad. Es una obra de arte en sí mismo y además, es tal como se ha imaginado toda la vida. También lo es el barrio donde se aloja (uno de los más marchosos de la ciudad), cuyo resurgimiento se debe en gran medida al nacimiento de este esplendido museo-centro de arte; aunque no deja de ser lamentable que buhoneros y vendedores de cualquier cosa, roben espacio a los artesanos y artistas a quienes les pertenecen naturalmente.
Una vez adentro todo parece magnificarse. Las colecciones de lo que en general llamamos “arte moderno” viven allí con la naturalidad de lo que se pone en el sitio que debe estar, y por supuesto, es muy rico descubrir que, más que un museo, el Centro Pompidou es un sitio inspirador para cultores de las corrientes más transgresoras y más cercanas a la polémica y que su gran impulsor fue precisamente un político, Georges Pompidou, presidente de Francia entre 1969 y 1974 quien se engolosinó con la idea de darle a París un espacio para el desarrollo de las artes que trascendiera lo existente.







Lo logró, y !de qué manera!

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