Lo primero que sorprende, una vez superada la emoción de los miles de rinconcitos encantadores que hacen la ciudad vieja, es, en este orden: la belleza de las mujeres, la simpatía de la gente y la ricura de la comida.
Las tres cosas las aprecié al vuelo en mi primera salida. Las mujeres son unas rubias dignas de concurso que no tienen desperdicio y le sacan provecho a eso. En general, la gente del pueblo es toda tan simpática como mis anfitriones en la posada y el lugar donde me siento a comer, en el corazón de Old Town, sirve una sopa de hongos y un salmón con risotto de eneldo, realmente insuperable. Un poco más allá, me como un pedazo de torta de ruibarbo, que yo puedo jurar es la más sabrosa que me he comido en mi vida. Vaya almuerzo, Tallin tiene lo suyo!
jueves, 15 de septiembre de 2011
El amor entra por la barriga (y los ojos)
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