Tal vez sea una deformación profesional, derivada de los años del teatro, o que me tomé en serio el deseo nunca realizado de mi abuela de verme ordenado sacerdote, o probablemente tenga algún fetichismo no resuelto, que me produce alborotos testosteronicos entre el olor de la cera caliente y lo rancio de las sotanas. No lo sé. Nunca lo he sentido conscientemente, pero algo tiene que haber. A mi me encanta hurgar entre los depósitos y las sacristías de las iglesias. Apenas veo la puerta abierta del “cuartito de atrás” de una iglesia, en cualquier parte, e intento entrar a ver que me consigo; por cierto, jamás he conseguido o descubierto nada pecaminoso.
Eso fue lo que intenté hacer en la Iglesia de la Santísima Trinidad del Monasterio de Alexander Nevskiy y en el edificio contiguo, y lo que me gané fue un buen par de gritos de una señora muy disgustada, porque además intenté hacerle una foto (aquí el grosero fui yo, ella ha debido pegarme una cachetada) y un cura, representación viva de lo que sabemos es la iglesia ortodoxa, tratando de perseguir a alguien que era yo, pero no era yo. Me había puesto a salvo antes de su aparición y, cámara en mano, pretendía admirar la iglesia, mientras se calmaba el revuelo y yo rezaba a los santos para que nadie me señalara con el dedo. Lo único que nunca se me ocurrió fue salir corriendo, miré la escena divertido y escuché los gritos que nunca entendí. Pero, nadie se dirigió a mí, ni intentó echarme mano; eso me convenció que mi pecadillo de curiosidad quedó a salvo.
Lo que lamenté fue no haber descubierto el motivo de la trifulca, no vi nada raro en la sacristía y nunca habría tratado de profanar el convento de las mujeres. Estos rusos si son dramáticos!!
Eso fue lo que intenté hacer en la Iglesia de la Santísima Trinidad del Monasterio de Alexander Nevskiy y en el edificio contiguo, y lo que me gané fue un buen par de gritos de una señora muy disgustada, porque además intenté hacerle una foto (aquí el grosero fui yo, ella ha debido pegarme una cachetada) y un cura, representación viva de lo que sabemos es la iglesia ortodoxa, tratando de perseguir a alguien que era yo, pero no era yo. Me había puesto a salvo antes de su aparición y, cámara en mano, pretendía admirar la iglesia, mientras se calmaba el revuelo y yo rezaba a los santos para que nadie me señalara con el dedo. Lo único que nunca se me ocurrió fue salir corriendo, miré la escena divertido y escuché los gritos que nunca entendí. Pero, nadie se dirigió a mí, ni intentó echarme mano; eso me convenció que mi pecadillo de curiosidad quedó a salvo.
Lo que lamenté fue no haber descubierto el motivo de la trifulca, no vi nada raro en la sacristía y nunca habría tratado de profanar el convento de las mujeres. Estos rusos si son dramáticos!!
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