A su muerte, ocurrida en 1963, el mundo occidental sintió que una de las historias de vida más extraordinarias y dolorosas del siglo XX llegaba a su fin, para dar espacio a uno de los mitos insuperables de una generación, que por suerte es la mía.
Edith Piaf, la cantante francesa por excelencia, descansa (donde, si no?) en Pere Lachaise, en una discreta tumba de mármol oscuro sin mayores adornos ni prosopopeya. Se reconoce tal vez, por ser una de las pocas que recibe el homenaje cotidiano de flores y visitas.
Fui hasta allí y para dar cabida a mi propia admiración por una voz y una presencia escénica sin igual, dedico unos minutos a orar y agradecer estos fantásticos días de París, primera parada de un itinerario que se parece demasiado a un deseo largamente anhelado.
sábado, 10 de septiembre de 2011
La Mome Piaf
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