Y claro, si había paredes, también hubo puertas. Puertas que permitían el paso de los moradores y que se abrían y cerraban a capricho de quienes gobernaban. Vestigios de esas puertas, casi siempre parte de alguna de las 46 torres defensivas que tenía la ciudad, quedan vivos más allá de las puertas principales de la ciudad y hoy, más que entradas y salidas, son pequeños pasos que marcan el camino.
Una calle en particular, muy angosta, que conduce a la parte alta de la ciudad (Colina de Toompea), donde se afinca lo mejor del viejo pueblo, los edificios de gobierno y el palacio presidencial, tiene a su inicio lo que puede ser una de las más interesantes puertas, convertida en pasadizo hacia los símbolos del poder.
jueves, 15 de septiembre de 2011
Las puertas de la ciudad
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