Lo descubrí, casi por casualidad, al salir del Louvre buscando un sitio donde sentarme por un rato a descansar, y lo convertí, desde ese instante en mi rincón favorito de una ciudad que posee miles de rincones para sentirse en paz con la vida. Es el Palais Royal, un hermosísimo palacio a un costado del Louvre, en el centro de Paris, construido en 1645 como residencia del Cardenal Richelieu quien lo donó a Luis XIII al morir.
Es un conjunto de edificios que hoy sirven de sede, entre otras instituciones, al Ministerio de la Cultura. Se llega atraído por la belleza de su fachada, pero se descubre poco a poco, como uno de los lugares más ricos de la ciudad. No sé si la placita de al lado, entrada para la Comedie Francaise, sus cafés apiñados uno al lado del otro o esas especies de puertas amplísimas que invitan a curiosear por dentro; algo me invitó a entrar y descubrir el jardín más hermoso de Paris. El lugar que me dio espacios para disfrutar tranquilamente, comer un sándwich, leer un poco, escribir algunas cosas, como estas que hoy pongo aquí, y sentir que, en un instante de conversaciones ajenas, muchachos patinando, fuentes rebosantes de frescura y gente que camina lentamente entre las galerías de tiendas raras, anticuarios, última moda, marroquinería finísima y libros incunables, se puede reducir la prisa y disfrutar un poco de una belleza que solo se puede sentir. Volví tantas veces como pude, y nunca lo pensé como un lugar para ametrallar a fotos. Lo sentí como un lugar cercano a mis afectos; tanto, que si yo viviera en Paris, el Jardín del Palais Royal seria el lugar de mis horas muertas.
Es un conjunto de edificios que hoy sirven de sede, entre otras instituciones, al Ministerio de la Cultura. Se llega atraído por la belleza de su fachada, pero se descubre poco a poco, como uno de los lugares más ricos de la ciudad. No sé si la placita de al lado, entrada para la Comedie Francaise, sus cafés apiñados uno al lado del otro o esas especies de puertas amplísimas que invitan a curiosear por dentro; algo me invitó a entrar y descubrir el jardín más hermoso de Paris. El lugar que me dio espacios para disfrutar tranquilamente, comer un sándwich, leer un poco, escribir algunas cosas, como estas que hoy pongo aquí, y sentir que, en un instante de conversaciones ajenas, muchachos patinando, fuentes rebosantes de frescura y gente que camina lentamente entre las galerías de tiendas raras, anticuarios, última moda, marroquinería finísima y libros incunables, se puede reducir la prisa y disfrutar un poco de una belleza que solo se puede sentir. Volví tantas veces como pude, y nunca lo pensé como un lugar para ametrallar a fotos. Lo sentí como un lugar cercano a mis afectos; tanto, que si yo viviera en Paris, el Jardín del Palais Royal seria el lugar de mis horas muertas.
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