No sé muy bien de donde la sacamos, nuestra guía improvisada y anfitriona de bienvenida en Gante, surgió de la nada en el tren. Creo que escuchó a Rayi, preguntando a alguien en qué lugar detenernos para estar cerca del centro, y se ofreció voluntariamente a llevarnos hasta donde debíamos ir. Se lo agradecimos enormemente. Sobre todo porque su gesto de amabilidad sincera, reivindicó la simpatía de los belgas.
Ha debido ser una de los 45 mil estudiantes que tiene la muy prestigiosa Universidad de Gantes, una de las más importantes del mundo, llegando de disfrutar su fin de semana en cualquier sitio. A su indicación, nos apeamos y según sus precisas instrucciones, echamos a caminar hacia el centro, sin estar muy seguros de lo que veríamos. Estábamos en una intricada red de callecitas, una más linda que la otra, llena de tiendas y marcas de lujo, y de sitios de todo tipo para comer o pasar el rato. El ambiente no podía ser más divertido y los ojos se nos empezaron a ir detrás de cada escaparate. Decisión lógica entonces: un poco de “shopping window” (todo es muy caro) como para saciar curiosidades.
Así, mirando vidrieras y queriendo esto y aquello, nos salió al paso la Grand Place de Gent. Una visión de ensueño.
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