Quizás sea una concesión a la nostalgia. Quizás un cuento muchas veces repetido; pero, La Avenida Foch de París, es uno de esos lugares que sólo por historia justifica una visita. Tal vez ya no lo es tanto, pero en la primera mitad del siglo XX, era la dirección más privilegiada de París. El enclave de las grandes fortunas y el lugar donde paseaban su arrogancia millonarios, poderosos, reyes, príncipes y princesas de todo el mundo.
Algunos vecinos ilustres llenaron esta calle con su cotidianidad. En el número 50 vivía Aristóteles Onassis en un apartamento de 600 metros cuadrados, que fue motivo de amargo litigio entre su viuda, la inefable Jackie y su hija, Cristina. Jackie finalmente lo obtuvo y lo vendió en poco más de 3 millones de dólares para sumarle a los 26 que Ari tuvo a bien dejarle. Un poco más adelante, varios edificios albergaban, en apartamentos vecinos a la familia real de Mónaco, Grace la malograda Princesa a la cabeza, quien habría encontrado en “su” apartamento privado, convertido en nido de amor a sus espaldas, a su jovencísima hija princesa, en brazos de aquel famoso playboy de apellido Junot con quien hubo de desposarse para callar las malas lenguas.
Un poco más allá, La Doña, María Félix, la mujer que cautivó al mundo con su fuerza y su belleza, compartía vecindades con el Aga Khan y la Begum Salima y los bolivianos Antenor e Isabel Patiño, dueños de todo el estaño del mundo.
Para casi todo el mundo no es más que una avenida, de las doce que se abren a partir del Arco De Triunfo y se enlazan con el Fabourg Saint Honore, por ejemplo, para darle lustre. Para otros, sin embargo, es el sitio donde algunos protagonistas han cambiado el mundo, sin mover más músculos que los necesarios para dar una orden o pasear el perro.
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