La primera que los vio fue Rayi. Llegábamos a la Plaza Dam para esperar el resto de nuestro equipo, y de pronto, ella me agitó la mano en señal de que tenía que mirar hacia alguna cosa completamente fuera de lo normal. Suele ser uno de los momentos divertidísimos de nuestros viajes: Cuando Rayita se emociona por algo que ve inesperadamente, lo hace con tanta alegría que provoca mucho seguirle el juego.
Y la verdad es que se trataba de algo muy inusual. Un par de muchachos, de claro aspecto euroasiático, vestidos con cualquier disfraz parecido a eso, se enfrentaban al sol de mediodía, en un trance de meditación cuyo punto álgido indicaba la levitación de uno de los dos. Apoyado en el mango de una espada dorada (tal como uno se imagina que ellos andan por el mundo) el segundo de los muchachos se sostenía en el aire por obra y gracia del Espíritu Santo y de su propio poder mental.
Estaban rodeados por un buen grupo de gente, algunos dejaban algunas monedas en un recipiente que tenían para eso, algunos – como yo – dábamos vueltas alrededor para tratar de descubrir el truco. Un niño de unos 4 o 5 años de edad, se plantó a hacerles susticos y carantoñas. Nada, absolutamente nada los alteraba. El muchacho de abajo, sostenía la pesada espada y estaba sentado en posición de meditación y el de arriba, en la misma posición, se sostenía “milagrosamente” en el aire.
De pronto algunos españoles comenzaron a comentar en voz baja el secreto, pero nosotros seguíamos pensando que podía ser cosa de gente superior. Un poco más tarde, Liliana nos bajó de la nube, ella había vivido su momento de éxtasis meditativo en España recientemente: se trata de un complicado mecanismo de asientos y tubos de apoyo que van por dentro de las vestiduras de los “prestidigitadores” y permiten la rigidez de sus cuerpos y su suspensión en el aire. Lo confirmó el hecho de que, a los pocos minutos, llegó un “ayudante” cubrió el área con unas cortinas negras y ayudó a los dos a desvestirse y bajar a la tierra, sin que pudieran ser vistos y sin que nadie, por ninguna razón, pudiera mirar hacia adentro de una bolsa negra en la que habían quedado las ropas de ambos. Yo me sentí realmente estafado, pero no puedo evitar pensar que como imagen es de lo más interesante, aunque hemos debido captarlo más rápido; antes de regalarles dos euros de buen incauto.
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