Puede que hayan sido Judíos, puede que solo hayan sido músicos alegres; pero una de las grandes emociones de estas plazas y este pueblo amable, nos la está regalando este trío de instrumentistas que interpretan canciones tradicionales Judías valiéndose de una flauta, un acordeón y un contrabajo.
¿Cuantas millas? ¿Cuántas plazas? ¿Cuántos veranos le esperan a estos promisorios talentos para “pegarla” y convertirse en artistas menos hippies y mejor pagados? ¿Lo harán? ¿Querrán hacerlo? Es imposible que mi mentalidad cartesiana evite esas preguntas. Suenan divino, imprimen alegría a la calle, emocionan y dan ganas de bailar. Poco a poco una pequeña multitud los rodea y les regala el homenaje de unas monedas muy bien ganadas.
Ha sido un hallazgo emocionante y divertido en el atardecer de este día esplendido, como si por un rato, toda la felicidad del mundo nos perteneciera.
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