Hay, o eso nos ha parecido, dos calles principales para recorrer la ciudad. Ambas lo llevan a uno hasta el puerto, una especie de club de playa, donde están ancladas montones de embarcaciones y donde, se supone, recalan los pescadores después de su faena. Es divertido, básicamente porque lo que hoy estamos viendo, según todas las historias, lleva varios siglos sucediendo con mayor o menor intensidad y aun así, todo está limpiecito, nuevito, demasiado bien mantenido en su historia.
Es bonito, como no. Bonito en el sentido más europeo del término y eso no siempre lo “fascina” a uno. No hemos tenido suerte con las cosas que uno supone encontrará en estos rincones: Por ejemplo, tendríamos que haber paseado entre una buena muestra de los productos del mar con los que esta gente se alimenta y eso no sucedió; estábamos paseando en una tarde muy soleada, por las aceras de un gran muelle que igual puede estar en Marbella como en La Guaira. Muy grato, pero poco más.
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