Pocas cosas producen igual aprehensión, que el sitio donde le tocará a uno dormir cuando anda por el mundo. Supongo que mientras nos hacemos mayores, los niveles de exigencia son más grandes y por lo tanto el dinero que asignamos a este aspecto de un viaje es mayor. A veces se logra conseguir un alojamiento estupendo y a veces, se lamenta la equivocación por largo rato.
Bruselas no fue uno de estos casos. Nuestro hospedaje merece una distinción y un reconocimiento especial: no le falta nada. Nada quiere decir nada (bueno, quizás un ascensor, pero eso sería demasiado perfecto) Tuvimos la inmensa suerte de conseguir vía Internet una “posada” en pleno centro de Bruselas, llamada Le Lys de Or, a la que sencillamente le ronca el mambo.
Nos alojaron en un apartamento recién construido de dos pisos, con suficiente espacio para los cuatro, camas muy cómodas y un ático en el que Lili pudo roncar a sus anchas. El apartamento tenía cocina, que nunca usamos, y todos los días servían un desayuno extraordinariamente surtido que nos dejaba perfectos para irnos a “patear” calles. Lo mejor es que teníamos la mas completa sensación de estar libres, de nuestra cuenta y riesgo en una ciudad muy segura y haber pagado la maravillosa suma de 67 euros por persona por tres días de alojamiento.
No se puede pedir nada mejor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario