Si es verdad que la primera impresión es la que cuenta, deberíamos tener un poco de cuidado. En estos primeros minutos, la primera impresión no ha terminado de decirnos nada.
Llegamos a la Estación MIDI o Sur de Bruselas, creo que es la más importante y transitada, alrededor de las 11 de la mañana y lo primero que notamos es que aquí no hay aglomeraciones, ni gentíos atropellándolo a uno, ni prisas de ningún estilo pues, aquí lo que no hay, es gente. Por suerte tenemos las indicaciones precisas para llegar a nuestro hotel, transitando un par de estaciones de metro y caminando un par de cuadras. La segunda sorpresa entonces, es que el metro resultó un poco complicado por razones de nomenclatura y que nos equivocamos, obviamente. En nuestra ayuda, un simpático policía resuelve todas nuestras dudas y nos exime de pagar un doble ticket de metro, cosa que agradecemos pues no es barato, para nada.
Guiados a medias por una especie de GPS peatonal que lleva Liliana en su teléfono y sirve cuando quiere (hoy quiso), llegamos sin pérdida al hotel. Una preciosa posada, por cierto, de la que hablaremos más adelante. Es cierto que la ciudad parece estar en cuarentena, pero también lo es que la simpatía juega limpio por estos lados. Estamos muy contentos y un poco preocupados por las amenazas de lluvia y frio, pero eso es inevitable en estos veranos amenazados por el calentamiento global. A dejar el equipaje y a patear calles.
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