Incluso los que jamás han estado ni cerca de Ámsterdam saben perfectamente de su existencia. Es un lugar tan publicitado y simbólico como La Capilla Sixtina en Roma, o La Torre Eiffel en Paris y es el mayor reclamo turístico de la ciudad: El Red Light District o para decirlo pronto y sin penas, el barrio de las putas. He conocido historias de gente que ha pasado tres días en Ámsterdam sin salir de allí; lo que nunca he conocido es alguien que haya dejado de visitarlo. Lo dicho: Junto a la marihuana, hay muchísima gente para quienes no hay otra razón para ir a Ámsterdam (y es una pena, pero bueno… ¿qué se le va a hacer?)
A la izquierda de la Plaza Dam y después de una rápida pasada por lo que podría ser el barrio Chino, las calles empiezan a ponerse un poco más intrincadas y discretas, y las puertas de vidrio con marco blanco y cortina roja empiezan a aparecer. A su alrededor toda clase de hombres buscan o curiosean un poco en el mundillo del sexo por dinero. Tras los vidrios de las puertas, mujeres de todo tipo, de cualquier edad y de cualquier aspecto, están dispuestas a satisfacer los deseos del cliente, después de una rápida negociación a las puertas del cubículo que ocupan por algunas horas al día.
El sistema parece ser muy conveniente. Durante cuadras y cuadras, en cuarticos que más bien parecen escaparates se exhiben ellas. Muy ligeras de ropa, pero vestidas (bueno….tapadas las vergüenzas, habría que decir) y con el mobiliario indispensable,; las mujeres muestran su mercancía - que no siempre está en buen estado – y de vez en cuando alguno de los paseantes se detiene, entra al cubículo y entonces la Luz Roja se apaga y la cortina, también roja, se corre.
Sorprenden las edades, (llegué a ver señoras que aparentaban una septena de años y niñas que apenas cruzaban los dieciocho) y la absoluta protección que reciben. Está terminantemente prohibido hacerles fotografías (el que va preso es el que hace la foto) y algunas estrictas leyes las protegen de los chulos y de los que quieren dárselas de vivos. Confundidos entre ese gentío, algunos transformistas también ofrecen sus servicios y algunos, muy pocos, hombres, también reclaman lo suyo. Es la zona de tolerancia por excelencia, y nunca mejor dicho. Es el gran burdel, sin botellazos de puta ni escándalos de otro tipo. Mujeres a la venta y hombres que las adquieren por unos minutos; es decir, el oficio más antiguo del mundo convertido en atracción turística.
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