Hay una emoción especial, intimísima, contra la que estoy luchando desde el instante en que bajé del avión y que en este momento increíble, en que empiezo a recorrer Les Champs Elysees, se desborda sin más perezas. Mi hermano Jorge, personaje fundamental de mi vida, murió sin ver Paris. Se la sabia de memoria; la había estudiado, revisado, conocido en sus lecturas, pero nunca llegó a verla con sus ojos. La amaba en la certeza de saber que estaba allí para él, pero a él se le hizo tarde y nunca la vio.
Miles de veces, hablamos de Paris. Miles de veces, le escuche citar cuidadosamente la dirección exacta de alguna tienda de Champs Elysees y yo, en mi fantasía más extraña, la imaginaba más un jardín que una calle, más un romántico lugar para apreciar las cosas bellas de la vida, que una avenida más de Paris. No sé por qué, pero esa era la impresión que mi hermano me había regalado de la famosa avenida. En realidad, hoy lo descubro, se trata de uno de los epicentros del lujo Parisino y eso, aunque bastante decir, es lo máximo que puedo pensar al iniciar mi caminata tragándome las lagrimas que me produce la ausencia de Jorge Luis.
Es cierto, está un poco venida a menos con todos esos africanos vendiendo imitaciones baratas de carteras y relojes sobre manteles de plástico (y si, viene la policía y ellos corren, pero regresan, como en cualquier parte del mundo) pero, ver por ejemplo una vitrina de Cartier donde está expuesto un collar de 35 mil euros y saber que alguien entrará en algún momento a comprarlo, es Paris y es mucho lujo.
Miles de veces, hablamos de Paris. Miles de veces, le escuche citar cuidadosamente la dirección exacta de alguna tienda de Champs Elysees y yo, en mi fantasía más extraña, la imaginaba más un jardín que una calle, más un romántico lugar para apreciar las cosas bellas de la vida, que una avenida más de Paris. No sé por qué, pero esa era la impresión que mi hermano me había regalado de la famosa avenida. En realidad, hoy lo descubro, se trata de uno de los epicentros del lujo Parisino y eso, aunque bastante decir, es lo máximo que puedo pensar al iniciar mi caminata tragándome las lagrimas que me produce la ausencia de Jorge Luis.
Es cierto, está un poco venida a menos con todos esos africanos vendiendo imitaciones baratas de carteras y relojes sobre manteles de plástico (y si, viene la policía y ellos corren, pero regresan, como en cualquier parte del mundo) pero, ver por ejemplo una vitrina de Cartier donde está expuesto un collar de 35 mil euros y saber que alguien entrará en algún momento a comprarlo, es Paris y es mucho lujo.
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