Ella entraba al aula de clases, impecablemente vestida en su minúscula figura familiar de toda la vida e imponía autoridad. Saludaba con cortesía suficiente como para recordarnos que era la profesora, pero podía ser la amiga, y empezaba casi de inmediato a pasear tomándonos de la mano. Tenía un aliado, un libro lleno de figuras y fotografías a todo color, con un gran circulo cromático en la portada, cuyo autor me resulta imposible recordar. Entre los dos, ella en su perfecta dicción que remarcaba erres y eses y el libro en su perfecto despliegue de figuras que parecían hablar, mostraban con insistencia monumentos antiguos, cuadros de belleza increíble, esculturas mitológicas no sólo por lo que representaban y una enorme cantidad de información con la que, algunos de nosotros, empezamos a recorrer el mundo.
En el aula se llamaba Josefina; en la vida, se convertía en Pina, la amiga de la casa, la seria y circunspecta profesora de Educación Artística en segundo año de bachillerato, la persona que se esforzó en hacer de nosotros, adolescentes díscolos y despreocupados, algo tan bueno como lo permitía su alma generosa de educadora. Podría llenar paginas hablando de ella, esa no es la idea, viene a este blog viajero porque su voz inolvidable estuvo conmigo todo el camino del Louvre e hizo que mi corazón latiera acelerado cuando estuve frente a La Venus de Milo y la Victoria de Samotracia y casi saltara por la boca, cuando después de arriesgar mis hombros en una pelea a pulso contra una horda de chinos, tuve un par de minutos para mí solo, en los que pude grabar en mi retina la cara de La Gioconda. No tengo dudas que yo empecé a descubrir el mundo en el pupitre de mis clases de Artística de segundo año, básicamente porque Pina, se convirtió sin decirlo y sin saberlo, en la maestra de las alas con las que he volado medio mundo y esa será siempre mi deuda personal con ella.
Salí del Museo del Louvre completamente feliz, viviendo junto a mi Profesora Pina, otra vez, el recuerdo emocionado de mi hermano ausente, la persona con quien habría sido feliz entrando por esa pirámide de vidrio que tanto le causó roncha.
En el aula se llamaba Josefina; en la vida, se convertía en Pina, la amiga de la casa, la seria y circunspecta profesora de Educación Artística en segundo año de bachillerato, la persona que se esforzó en hacer de nosotros, adolescentes díscolos y despreocupados, algo tan bueno como lo permitía su alma generosa de educadora. Podría llenar paginas hablando de ella, esa no es la idea, viene a este blog viajero porque su voz inolvidable estuvo conmigo todo el camino del Louvre e hizo que mi corazón latiera acelerado cuando estuve frente a La Venus de Milo y la Victoria de Samotracia y casi saltara por la boca, cuando después de arriesgar mis hombros en una pelea a pulso contra una horda de chinos, tuve un par de minutos para mí solo, en los que pude grabar en mi retina la cara de La Gioconda. No tengo dudas que yo empecé a descubrir el mundo en el pupitre de mis clases de Artística de segundo año, básicamente porque Pina, se convirtió sin decirlo y sin saberlo, en la maestra de las alas con las que he volado medio mundo y esa será siempre mi deuda personal con ella.
Salí del Museo del Louvre completamente feliz, viviendo junto a mi Profesora Pina, otra vez, el recuerdo emocionado de mi hermano ausente, la persona con quien habría sido feliz entrando por esa pirámide de vidrio que tanto le causó roncha.
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