Si alguien tuviera pocas horas para estar en Paris y necesitara alguna recomendación, yo diría sin pensar, que patee calles y entre al Musee D´ Orsay. Es una antigua estación de trenes en cuyo interior había espacio no sólo para 16 andenes de transporte, sino también para restaurantes y un elegante hotel de 400 habitaciones. Fue abandonada en 1939 y sufrió amenazas de demolición hasta que el Presidente Pompidou, en 1973, la declaró monumento nacional y se ocupó activamente de crear allí el Museo que le faltaba a la ciudad, uno que albergara el arte que se produjo entre el Segundo Imperio Napoleónico y los albores del cubismo. Un espacio “puente” entre el clásico Louvre y el Moderno Beaubourg. El resultado es inmejorable: un museo cuya colección posee cosas tan inolvidables como el Baile en el Moulin de la Gallete, de Renoir y unos cuantos Van Gogh, Monet, Cezanne y Tolouse Lautrec, entre otros maestros; en un edificio con escala perfectamente humana, deliciosamente montado, en donde parece imposible sentirse agobiado por el exceso de visitantes.
Para verlo una y mil, veces, Orsay, es sin ninguna duda, el Museo que hay que visitar OBLIGATORIAMENTE, aunque se haya jurado no entrar a ningún otro en la vida.
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