Es posible que sea fácil sorprenderse ante la eficiencia del metro de Paris o la comodidad de sus autobuses. Es posible también que seamos tan locos, o tan ricos, como para recorrerla en sus carísimos taxis. Cualquier manera de andar por esta magnífica ciudad es válida, si uno tiene el ánimo o los medios para hacerlo. Pero, no creo que exista una ciudad igual a esta, para dejarse llevar por la corriente de sus callecitas llenas de historia y de razones para alivianar el espíritu. Es posible que una primera visión de Paris nos atragante de turismo, que corramos de un lado a otro para poder ver “todo lo que hay que ver” y que tenemos años esperando por conocer; después de todo, pocas ciudades del mundo han sido tan publicitadas a través de los siglos; por eso, es necesario tener calma, es necesario comerla como uno de esos helados llenos de mieles y de jarabes que sólo pueden comerse en bocados que se disfrutan de a poco.
Paris y sus callejuelas. Paris y su metro, Paris y su rio y sus puentes y sus monumentos y sus museos. Paris y la perfecta belleza de una ciudad que parece puesta para la maravilla de deambular sin otro rumbo que el de las apetencias. Una ciudad que no está hecha para tener ganas sino para tener apetitos, es un regalo que hay que darse tanto como uno pueda.
Paris y sus callejuelas. Paris y su metro, Paris y su rio y sus puentes y sus monumentos y sus museos. Paris y la perfecta belleza de una ciudad que parece puesta para la maravilla de deambular sin otro rumbo que el de las apetencias. Una ciudad que no está hecha para tener ganas sino para tener apetitos, es un regalo que hay que darse tanto como uno pueda.
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